Decía su gran amigo Antonio Gala que en toda relación amorosa hay un devoto y un Dios; o, lo que es lo mismo, un amante, generoso y entregado, y un amado que se deja querer. A Concha Velasco le tocó ser de las primeras; ella misma reconocía no haber tenido demasiada suerte con sus parejas; en especial, con Pedro Marsó, su exmarido, a quien nunca dejó de adorar pese a sus deslealtades y sus truhanadas. Pero parece que la vida le quiso compensar ese papel, aparentemente desventajoso, con la adoración de las tablas de los innumerables teatros en los que lloró, rio, gritó y se desnudó en cuerpo y alma; con la veneración de las cámaras que se rindieron a su carisma y fotogenia; y, por encima de cualquier otra cosa, con la admiración y el aplauso del público. A los 84 años, y tras casi siete décadas dedicada al mundo del espectáculo, Concha, Conchita, se ha marchado. Y, con ella, Dolly Levi, Santa Teresa de Jesús, Orosia Valdés, Filomena Marturano, Palmira Gadea, Madame Rosa, Hécuba, Doña Carmen y tantas otras mujeres a las que prestó su voz, sus gestos, su maestría.
Desde niña tenía claro que ella quería ser artista y, con mucho esfuerzo y talento, se convirtió en una de las más completas y polifacéticas. Porque la Velasco triunfó en la música, el cine, el teatro y la televisión. Precisamente, Gala le advirtió que su excesiva presencia en este último medio y su sobreexposición en la prensa del corazón le iban a privar de aquel Goya más que merecido al que estaba nominada por Más allá del jardín. “No te lo van a dar, no te lo van a dar”, le decía el escritor. Y, efectivamente, no se lo dieron. Concha se tuvo que conformar con un premio honorífico de la Academia. Lo que, quizá, Gala no sabía es que precisamente esa cercanía, esa mentalidad populachera y esa entrega absoluta a su profesión le sumaba más de lo que le restaba. Porque, yo me pregunto: ¿qué es un Goya comparado con alcanzar la categoría de mito?
Hoy, la muerte de Concha Velasco ha abierto telediarios y eclipsado cualquier otra noticia en todo tipo de medios de comunicación, ha puesto de acuerdo a rivales políticos, ha arrastrado al Teatro de La Latina a miles de ciudadanos anónimos con ganas de despedirse de ella, aunque no la conocieran… y ha hecho que en millones de hogares se sienta un pequeño vacío. Porque Concha Velasco era la chica yeyé, la del cine de barrio y la de la Cruz Roja; la musa de Mariano Ozores, Pedro Olea y Berlanga; la muchachita de Valladolid; la que nos dio “sorpresas, sorpresas” y veladas de puro espectáculo; la de Fotogramas y también la del Deluxe; la partenaire de Manolo Escobar, Tony Leblanc, Alfredo Landa o José Sacristán... Era voz, sonrisa, pasión y escuela. Una "humilde cómica dispuesta a aceptar todos los papeles", según ella misma. Y, definitivamente, amada como pocas.
Ay, Concha, querida Concha, te saliste con la tuya: fuiste artista. Con pieles o harapos, estrella solista, protagonista, la más famosa, la más hermosa… La mejor.
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