Parásito.
1. Dicho de un organismo animal o vegetal: que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin llegar a matarlo.2. Dicho de un ruido: que perturba las transmisiones radioeléctricas.3. Dicho de una persona: que vive a costa ajena.4. Piojo (insecto parásito del hombre).
Así define la RAE el término que, en plural, emplea el surcoreano Bong Joon-ho para regalarnos una película sólida, perturbadora, mordaz y desgarradora que, en dos horas, se desliza con la precisión de un equilibrista por distintos géneros cinematográficos; de la comedia de enredo al suspense hitchcockniano; de la denuncia social al terror visceral. Siguiendo con el símil circense, el guionista y director actúa como un ilusionista, sacándose de la chistera con destreza giros inesperados, recovecos recónditos y figuras casi fantasmagóricas para descolocar y demudar el rostro del espectador reflexivo. Es entonces cuando las fieras salvajes se tornan, por momentos, animales indefensos enjaulados que sólo ansían sobrevivir tirando de sus instintos primarios; y los domadores y observadores cómplices dejan asomar un intenso hedor a crueldad y supremacismo. Víctimas y verdugos, culpables e inocentes brincan cual acróbatas sobre una pista enmoquetada con movimientos tan interiorizados y fluidos que chocan en su vuelo e incluso llegan a confundirse, a intercambiar sus roles.
Porque aunque en sus primeros minutos de metraje Parásitos ponga el foco en la faceta más frívola e condenable de la picaresca, conforme avanza destapa una denuncia feroz hacia un sistema que convierte a iguales en contrarios y que, paradójicamente, les condena a una relación de simbiosis y dependencia mutua que acaba provocando desconfianza, rencor y, en último extremo, odio. Un sistema que cuenta con una estructura sólida capaz de conseguir que esos individuos enfrentados por el dinero, lejos de rebelarse, lleguen a justificar los abusos y actos impúdicos e inmorales en una u otra dirección. Un sistema con poca memoria y en el que siempre parece existir otro nivel, elevado o en el subsuelo, al que desmantelar o del que aprovecharse. En definitiva, un sistema atroz y despiadado.
Pero más allá de su argumento y su vocación azotaconciencias, Parásitos destaca por su calidad técnica y artística (con una troupe impecable, merecedora del galardón al mejor reparto del Sindicato de Actores de Estados Unidos) y por su habilidad para confrontar dos mundos, dos espacios físicos y psicológicos (a veces tres), con tal minuciosidad y pericia que todo aparenta perfectamente improvisado. Termina el show y, mientras se encienden las luces, uno tiene la sensación de haber presenciado un espectáculo ingenioso y diferente, al borde de un precipicio. Quizá por ello ha arrasado en festivales y conquistado de manera unánime a crítica y público. Bien merece la (tan manida) etiqueta de obra maestra.
Afortunadamente, se vislumbra cierta esperanza para una sociedad que aplaude y premia una producción como ésta, que le enfrenta a sus vergüenzas y le obliga a plantearse quiénes son realmente esos piojos aprovechados que viven a costa ajena, perturban, depauperan y se alimentan de otros de los que habla la RAE. En realidad, ¿qué más da? Al final, la conclusión es que, pase lo que pase, la función debe continuar...
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