domingo, 17 de noviembre de 2019

38502B O UN SINFÍN DE SENSACIONES EN JOAQUÍN SCHMIDT

Mis amigas Teresa Doménech y María Llopis invaden este blog con una preciosa crónica sobre la experiencia gustativa y sensorial, en general, que han vivido hace unos días gracias a Joaquín Schmidt. Después de leerla, uno siente unas ganas incontrolables de vivirlo en carne propia.  

9 de noviembre y seguimos con el cesto rebosante de emociones. Permanecen aún las sensaciones, en el oído y en el paladar. Todo sucedía en las entrañas (nunca mejor dicho, ahora verán) de Joaquín Schmidt, un restaurante con alma, donde las paredes hablan y donde, si entras, tus sentidos gozan. 
“Mi filosofía - dice Joaquín - es cocinar cada día para treinta amigos”. Aquel no era un día habitual y todo era menos común, aunque la esencia era la misma de siempre y se apellidaba Schmidt.
Cerca de veinte personas, con inquietudes encontradas, acudimos a una cita privada, pero abierta al público, cuyo Director de orquesta era Joaquín Schmidt, el reconocido cocinero que un buen y bendito día decidió apostar por su filosofía de vida y por su escala de valores, aparcando así cualquier pretensión gastronómica. Esta vez era diferente. Tarima en el comedor del restaurante, mesa para tres y dos actores que iban a dar vida a “J” y a “D”.
Aquella tarde, Joaquín nos recibió en la salita del restaurante, una galería de arte de Joan Verdú vestida con libros de gastronomía, muchos de El Bulli. Sonaba una preciosa melodía compuesta quizá, me atrevería a decir, por Ju, la hija de J. Y tras una cálida bienvenida, nos metimos de lleno en escena, que a eso habíamos ido... o eso creíamos.
Domingo Chinchilla, actor y narrador, junto con Quique Culebras, dramaturgo y director, y Ana Campos, cuya presencia llenó la sala, dramatizaban, por octava vez, una lectura que el mismo Domingo escribió, hace cosa de dos años, sobre algo tan maravilloso como una conversación entre amigos, concretamente con el propio Joaquín Schmidt.

El título, 38502B; sin más significado, ni menos, que un juego de números bailando en armonía. Y la esencia: un acto de generosidad entre los protagonistas de esta atípica y placentera velada. Domingo, generoso por abrirse en canal y trasladar al papel conversaciones con su amigo “J”; y Joaquín, por ser el protagonista del texto, por seducirnos con el trato y por extasiarnos con una degustación exquisita. Menuda explosión de sentimientos y sabores.
Todo sea dicho, la obra es un canto a la amistad y al amor -aunque la muerte siempre está presente. Y hasta aquí podemos leer. Esta historia hay que vivirla, cada cual a su manera, pero vivirla... y sentirla. Observaba a mis amigos, María y Carles y, como en ellos, mis manos también se entrelazaban, fruto de lo que estaba ocurriendo, al compás de la música, siempre presente por cierto, en la noche y en Joaquín.. Canciones que son mucho más que letras y melodías, a saber… Ne me quitte pas, de Jacques Brel; La Vie en rose, de Édith Piaf; Ce matin-là, Ich hab’ noch einen Koffer in Berlin; The Letters, de Leonard Cohen...y así hasta conseguir ponernos el corazón en un puño, con Lluís Llach y Un núvol blanc.
Llegaba el final de la representación y una pequeña muestra de la cocina de Joaquín Schmidt estuvo presente. Una brocheta pulcra para la ocasión, un bocado y un festín de sensaciones. Cuatro ingredientes, sencillos, naturales, básicos, bastaron al cocinero con alma para que una bomba de sabor estallara en los paladares de la sala. Y con aquel trocito de cielo con forma de tomate, albahaca, tomate seco y ajo llegamos al final (o no) de la historia entre “J” y D”.
¡Se terminó el recreo! ¡Vamos pasando! Llegaba la segunda escena de la noche. El tono de voz de Joaquín Schmidt creció por encima de lo habitual, durante esa segunda escena, pero lo requería, pues la atención es la base en su gastronomía, que viene con instrucciones de uso. Sabores, texturas, relatos que se transforman en emociones y que nos permiten viajar, volar incluso.
Para empezar, tomamos una divertida ensalada de tomate al vaso, con fresones, arándanos, frambuesa, sal negra, reducción de módena y, en la parte visible, espuma de tomate y tomate seco. Frescura de sabores, delicioso, comenzaba a enamorar al paladar. Ya habíamos mojado, con frenesí, pan de su amigo Jesús Machi y aceite Lágrima de Viver.
Para continuar y, entre las manos, un agradable cuenco templado con deliciosa crema de puerros con toque de nata, picatostes y tocino. Una vichyssoise caliente con la que Joaquín volvía a acariciarnos el gusto.
Seguimos con una sublime carrillera, más melosa imposible que a mi gente hizo viajar a tiempos pasados de pucheros de la abuela. Y de nuevo, no pude evitar observar las cara de felicidad en la sala, todas ante la elegante presencia de Joan Verdú. Mis pensamientos estaban disfrutando de aquel momento porque la vida va de eso, de vivir y coleccionar momentos. Joaquín y su equipo de esa noche provocaron todas las sensaciones posibles.

La ligereza puede asimilarse al postre que Joaquín Schmidt eligió. Al fondo piña, piña deshidratada, yogur deshidratado, yogur griego montado con nitrógeno y Kellogg’s. “Al final da igual lo que hagas. Es un concepto”, comentó el cocinero. 
Y mientras nos anima y nos empuja a descubrir nuevos sabores y a reconocer y a abrazar los de siempre, el chef del Art-Cream nos dedica una sonrisa y hace mutis por el foro hacia sus fogones. Así es Joaquín Schmidt. Peculiar, humano, amable y humilde. Único en la gastronomía valenciana. Baja el telón.

TERESA DOMÉNECH & MARÍA LLOPIS
- Periodistas -

1 comentario:

Anónimo dijo...
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