"Ganas un Oscar y, supuestamente, debes estar feliz. Yo no me sentí así. Me sentí mal por estar ahí con un vestido que cuesta más dinero de lo que mucha gente verá en toda su vida y por conseguir un premio al representar dolor que todavía es parte de nuestra experiencia colectiva como seres humanos".
Anne Hathaway
-Sentirse miserable-
Anne Hathaway
-Sentirse miserable-
No nos engañemos: estas palabras de Hathaway suenan un tanto hipócritas, porque nadie le obligaba a acudir a recoger su hombrecillo dorado y menos a hacerlo ataviada con un espectacular vestido de Prada, un collar de Tiffany & Co (valorado, dicen, en 10 millones de dólares), y sandalias y bolso de la firma Roger Vivier. Sin embargo, en su defensa, hay que tener en cuenta que la propia actriz ha confesado que encarnar a Fantine, la joven huérfana que acaba prostituyéndose y vendiendo incluso su cabello y sus dientes para mantener a su hija, en Los Miserables (2012), de Tom Hooper, le cambió la existencia. Le dio el Oscar como mejor secundaria en su segunda nominación (la anterior, por La boda de Rachel), vale; pero también le exigió una implicación emocional extrema, además de raparse el pelo y adelgazar once kilos con una dieta estricta. "Perdí la cabeza haciendo esa película. Me obsesioné con mi papel. Fue definitivamente una ruptura con la realidad; aunque creo que eso es lo que representa Fantine. Tardé semanas hasta que me sentí yo misma de nuevo", ha explicado. Solo hay que ver su descarnada interpretación, llena de matices, de la canción I dreamed a dream; una escena de tres minutos y medio, en un desgarrador primer plano y sin cortes, que le valió la estatuilla.
Wendy Hiller
-Un cogote de premio-
Ignoramos si se trata de falsa humildad o si realmente a Wendy Miller, una de las grandes damas del teatro británico, le pareció desproporcionado que la Academia le condecorase como mejor actriz de reparto por dar vida a la dueña del hotel Beauregard, inmersa en un complicado triángulo amoroso, en Mesas separadas (1958), de Delbert Mann. No obstante, sería injusto infravalorar su contenida interpretación, a la altura del impresionante plantel de estrellas que le acompaña: Rita Hayworth, Burt Lancaster, David Niven, Deborah Kerr, Gladys Cooper, Rod Taylor... El caso es que ni siquiera acudió a por su distinción. Ya había recibido una nominación, como protagonista, por Pigmalión (1938), la adaptación de la obra homónima del Premio Nobel de Literatura británico George Bernard Shaw, para quien se convertiría en su principal musa. Miller borda a Eliza Doolittle, el mismo personaje que años después inmortalizaría Audrey Hepburn en My fair lady (1964). Sumaría una tercera y última candidatura, de nuevo como secundaria, por Un hombre para la eternidad (1966). Y, aunque perdió, esta vez sí asistió a la gala e incluso subió al escenario a recoger la estatuilla, de manos de Julie Christie, para Paul Scofield. Pese a que siempre prefirió las tablas al cine, en su filmografía figuran importantes cintas como Major Barbara (1941), Hijos y amantes (1960), Cariño amargo (1963), Asesinato en el Orient Express (1974) y El hombre elefante (1980). Y en todas es una delicia encontrarse con ella...y también con su nuca.
David Niven a Charlton Heston
-Anfitrión de lujo-
Cuenta la leyenda que con esas palabras recibió, entre bastidores, David Niven a Charlton Heston minutos después de que éste se alzara con la estatuilla al mejor actor por Ben-Hur (1959), gracias a un papel al que aspiraron Burt Lancaster, Paul Newman, Kirk Douglas, Marlon Brando y Rock Hudson, entre otros. El intérprete de Illinois conseguía el premio con su primera y única candidatura, ante la indignación de parte de la crítica, que consideraban que su trabajo era inferior a los de James Stewart (Anatomía de un asesinato), Jack Lemmon (Con faldas y a lo loco), Victor Sjöstrom (Fresas salvajes) y Anthony Franciosa (Los ambiciosos); estos dos últimos ni siquiera fueron tenidos en cuenta por la Academia. Heston se benefició del enorme éxito de su película, que arrasó con 11 trofeos; una gesta igualada muchos años más tarde por Titanic (1997) y El retorno del rey (2003).
En cambio, nadie cuestionó el Oscar de David Niven, quien había ingresado en la edición anterior en ese "selecto club" al que hizo referencia. Lo ganó, como Wendy Hiller, por Mesas separadas (1958), y conquistó a la platea con su simpático parlamento: "estoy tan cargado de amuletos de buena suerte que apenas puedo subir las escaleras. La gente ha estado diciendo gracias por los Oscar durante tres décadas. Y no me queda nada que agregar, excepto gracias". Como Heston, el británico se tuvo que conformar con esa certera nominación, a pesar de su prolífica y destacable carrera (Rebelión a bordo, Cumbres borrascosas, La vuelta al mundo en 80 días, Buenos días, tristeza, Casino Royal, La pantera rosa, Muerte en el Nilo...). Así pues, con solo un intento ambos habían logrado colarse en ese "exclusivo" grupo de estrellas "bendecidas" por el hombrecillo dorado. Casualidades de la vida, poco después coincidieron en 55 días en Pekín (1963), rodada en parte en España.
En cambio, nadie cuestionó el Oscar de David Niven, quien había ingresado en la edición anterior en ese "selecto club" al que hizo referencia. Lo ganó, como Wendy Hiller, por Mesas separadas (1958), y conquistó a la platea con su simpático parlamento: "estoy tan cargado de amuletos de buena suerte que apenas puedo subir las escaleras. La gente ha estado diciendo gracias por los Oscar durante tres décadas. Y no me queda nada que agregar, excepto gracias". Como Heston, el británico se tuvo que conformar con esa certera nominación, a pesar de su prolífica y destacable carrera (Rebelión a bordo, Cumbres borrascosas, La vuelta al mundo en 80 días, Buenos días, tristeza, Casino Royal, La pantera rosa, Muerte en el Nilo...). Así pues, con solo un intento ambos habían logrado colarse en ese "exclusivo" grupo de estrellas "bendecidas" por el hombrecillo dorado. Casualidades de la vida, poco después coincidieron en 55 días en Pekín (1963), rodada en parte en España.
"Leí un artículo que decía que ganar un Oscar te alargaba la vida cinco años. Si esto es verdad, me gustaría agradecer a la Academia porque mi marido es más joven que yo".
Julianne Moore
-Calculadora humana-
Con estas palabras inició Julianne Moore su discurso de agradecimiento por el galardón a la mejor actriz por Siempre Alice (2014), en la que se metía en la piel de una profesora de universidad, felizmente casada y con tres hijos, a la que diagnostican la enfermedad de Alzheimer de inicio temprano. Demostraba que, pese a sus cuatro derrotas infructuosas previas (por Boogie nights, El fin del romance, Las horas y Lejos del cielo), mantenía intactos la ilusión y el sentido del humor. Bueno, y la ironía, porque la estadounidense debe estar harta de que la prensa haga hincapié en la diferencia de edad con su marido, el director de cine Bart Freundlich, 9 años menor, al que conoció en el rodaje de Volviendo a casa (1997). Puede presumir de exhibir en sus vitrinas las más prestigiosas condecoraciones: un Emmy, dos Globos de oro, un Bafta, la Copa Volpi, el Oso de plata de Berlín, dos premios del Sindicato de Actores... Y seguirá acumulando, ya que es una de las intérpretes en activo más talentosas, sólidas, versátiles y respetadas; para mí, la heredera natural de Meryl Streep. Estoy seguro de que, como ella, no se va a conformar con un único Oscar. Así que, continuando con su broma, todavía alargará su existencia unos cuantos lustros. Ojalá. Tendría que ser eterna.
"Cuando tenía 16 años intenté suicidarme, porque me sentía raro y diferente; como que no encajaba. Y ahora estoy aquí, de pie. Esto es para ese niño que se siente raro o diferente o que no encaja en ningún sitio. Sí, sí que encajas. Te prometo que sí que encajas. Sigue raro, sigue diferente".
Graham Moore
-El triunfo del raro de la clase-
El ganador del Oscar al guión adaptado por Descifrando Enigma (2014) protagonizó uno de los momentos más emotivos de la 87ª ceremonia de los premios de la Academia con este aplaudido discurso de superación. En una entrevista posterior, explicó que desde pequeño sufrió depresión. Nadie mejor que él para llevar al cine la biografía del matemático británico Alan Turing, clave para la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial al descodificar los mensajes secretos del bando nazi. Pero cayó en desgracia. Fue juzgado por su homosexualidad, acusado de ultraje a la moral pública, y condenado a la castración química. Pocos meses después, en 1954, se suicidó a los 41 años. La reina Isabel II lo indultó en 2013 y se anularon los cargos en su contra. Inevitablemente, su trágica historia resonaba en la memoria de la mayoría de los presentes en el Dolby Theatre mientras Graham Moore alentaba a todo aquel que sufre por sentirse distinto a aceptarse y a salir adelante.
“Estaba viendo el espectáculo por televisión, lo apagué y me fui a dormir. Parecía que estaba asistiendo a un linchamiento. Me fijé que algunas personas tenían un obsesivo deseo por ganar y que había mucho sufrimiento en los perdedores”.
Glenda Jackson
-Apaga y vámonos-
La británica tiene el honor de ser una de las doce actrices que han obtenido dos Oscars en la categoría de mejor actriz protagonista (junto a Luise Rainer, Bette Davis, Olivia de Havilland, Vivien Leigh, Ingrid Bergman, Elizabeth Taylor, Jane Fonda, Sally Field, Meryl Streep, Jodie Foster, Hilary Swank y Frances McDormand; Katherine Hepburn logró cuatro). Al contrario que la mayoría de sus compañeras, a ella jamás le hizo especial ilusión; de hecho, no se presentó a recoger sus premios por Mujeres enamoradas (1969) y Un toque de distinción (1973). "Me dicen que es como recibir una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Pero en este caso no creo que a todos los corredores se nos permita cubrir la misma distancia”, justificaba su rechazo. A principios de los noventa, cambió los escenarios y los focos por la política. Fue diputada por el Partido Laborista de 1992 a 2015. Aún así, su animadversión por la estatuilla se mantenía intacta. "Solo hablaré de artes interpretativas en su vertiente política. No me nombréis los Oscars o zanjamos la entrevista", le advertía a los periodistas. Meses después de dejar el Parlamento, a los 80 años, regresó al teatro.
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