"A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás". Pocas veces se ha descrito mejor la infelicidad que en este fragmento de Bonjour tristesse (1954), de Françoise Sagan.
Ahora coinciden en la cartelera Manchester frente al mar y Moonlight, dos bellas propuestas protagonizadas por seres absolutamente angustiados, afligidos, derrotados; dos dramas narrados evitando las lágrimas y ahondando en los silencios... Silencios profundos. Silencios desesperados. Silencios que reflejan que alguien está roto por dentro y que se aferra a la vida casi como expiación, como una condena que debe cumplir... a la espera de que todo termine. Con una puesta en escena en la que víctimas y verdugos, en ocasiones, se confunden, se arrastran y tropiezan; en la que la luz se impone a la oscuridad y la música huye de acentuar la tragedia. Donde la soledad es la única vía para soportar el dolor. Porque, no nos engañemos, tanto Lee como Chiron, los respectivos antihéroes, están completamente solos. Sus mundos se desmoronan y, en pleno naufragio, se dan cuenta de que nadie puede auxiliarles. Las personas que les rodean bastante tienen con pensar en salvarse a sí mismas. Les queda una salida: escapar. Al menos, físicamente...
Kenneth Lonergan y Barry Jenkins, sus directores, podrían haber caído en el artificio, en el exceso, en la compasión o la moralina barata; o provocar el llanto fácil del espectador. Al fin y al cabo, resultaría efectivo pues se mueven en terrenos familiares para muchos (la muerte de un ser querido, el acoso escolar, el infierno de las drogas...). Sin embargo, arriesgan: apuestan por lo bello por encima de lo triste, por la osadía frente a una mirada convencional. No les ha ido mal. Hace unos días, la Academia de Hollywood coronaba por sorpresa a Moonlight como la mejor película del año (también triunfaba en las categorías de guión adaptado y actor de reparto), desbancando a La La Land, la gran favorita. Por su parte, Manchester frente al mar obtenía las estatuillas en los apartados de guión original e interpretación masculina (inconmensurable Casey Affleck).
Sin querer destriparles el argumento, sí les advertiré de que, a pesar de su dureza, en las dos historias hay espacio para la esperanza. Cuando parece que definitivamente los protagonistas se van a ahogar, se cruzan en su camino otros individuos imperfectos (un adolescente rebelde, un traficante con buen fondo, antiguos amores de juventud...), que les dan la mano y les animan a mirar adelante (que, como dice una conocida canción, "para atrás ya les dolió bastante"). No es casualidad que en ambos relatos esté presente, siempre de fondo, el mar; tan hermoso, salvaje e imprevisible como la propia existencia.
Preciosas, valientes y necesarias.
Preciosas, valientes y necesarias.
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