lunes, 29 de febrero de 2016

EL GRAN LEO

"Soy el rey del mundo", gritaba su Jack Dawson en la proa del Titanic de James Cameron. Corría el año 1997. Algo similar debió sentir anoche Leonardo DiCaprio cuando Julianne Moore abría el sobre lacrado y pronunciaba su nombre desde el escenario del Dolby Theatre con una sonrisa. Sus colegas de profesión se ponían en pie para aplaudirle. Se estaba haciendo justicia. Tras cinco nominaciones (y otros muchos papeles que se quedaron a las puertas), por fin recibía el Oscar al Mejor Actor. Y lo hacía emocionado.
El personaje que le ha proporcionado la gloria es Hugh Glass, de El Renacido, un trampero y explorador real del siglo XIX que busca vengarse de los compañeros que le abandonaron tras ser atacado por un oso. Antes lo había intentado todo para levantar el hombrecillo dorado: biopics (como el del multimillonario Howard Hughes, el del primer director del FBI o el del falsificador Frank Abagnale Jr.); ponerse a las órdenes de Tarantino, Spielberg, Eastwood, Mendes, Luhrmann, Nolan...; resucitar a Jay Gatsby; y, sobre todo, entregarse sin límite bajo la batuta de Martin Scorsese (inolvidable el arranque de El lobo de Wall Street con DiCaprio en la piel de un agente de bolsa esnifando una raya de cocaína en el culo de una prostituta). 
Tan concienzudo como Glass, Leo ha tenido que sortear numerosos obstáculos y vencer muchos prejuicios hasta ver su nombre escrito en la estatuilla. El principal: huir de su imagen de ídolo teen. Se arriesgó y prefirió prestigio a producciones facilonas y dinero rápido. A la larga, su carrera habría hecho aguas como el transatlántico que le dio el estatus de estrella.  
Para otorgarle el Oscar, la Academia le ha exigido a Leo mucho más que a otros intérpretes (Sandra Bullock, Julia Roberts, Cuba Gooding Jr., Gwyneth Paltrow, Adrien Brody, Reese Witherspoon...), como el maestro que se muestra más indulgente con el alumno al que presume mayor potencial. En el fondo le han hecho un favor, porque gracias a su obstinación se ha convertido en un grandísimo actor y hoy nadie cuestiona su premio. Ya no tiene que convencer ni a público, ni a industria. 
No volveremos a vincularle a Richard Burton, Deborah Kerr o Peter O'Toole, leyendas que una y otra vez regresaron a casa con las manos vacías. Se acabó hablar de manías y de la etiqueta del eterno perdedor. Es más, me atrevo a vaticinar que, probablemente, ahora que ha roto el hielo, DiCaprio repetirá victoria. Quién sabe si logrará ser en el intérprete más laureado de la historia del cine. Su ambición y su talento parecen no tocar techo. Al fin y al cabo, ya nos avisó: él es el rey del mundo, al menos del que nos muestra esa fábrica de sueños que es Hollywood.

2 comentarios:

odasabado dijo...
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ignatztainter dijo...
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