domingo, 27 de diciembre de 2015

MI PELÍCULA

 
Mi amigo Josevi y yo solíamos hacer bromas en la universidad sobre esas personas que, recurrentemente, nos encontrábamos en distintos momentos y en las circunstancias más variopintas; gente que lo mismo aparecía de repente en el supermercado, que en la biblioteca o en la panadería.  Ni siquiera sabíamos cómo se llamaban muchos de ellos, pero nosotros los bautizamos como "los extras", como si alguien se hubiera encargado de seleccionarlos para moverse y "hacer bulto" a nuestro alrededor. Y, así, fantaseábamos con ser los protagonistas de nuestro propio show de Truman, rodeados de "actores" eventuales y, otros, de largo recorrido. Cualquier sorpresa o giro inesperado se lo achacábamos a nuestros presuntos "guionistas", las cabezas pensantes que movían los hilos de nuestro destino. 
¿Nunca se han planteado que la vida es como una película y cada cual es el personaje principal de la suya? La mía, afortunadamente, se parece bastante a una comedia ligera, a medio camino entre Woody Allen y Billy Wilder. Mis guionistas son muy cachondos y les gusta jugar psicológicamente conmigo. Disfrutan convirtiéndome, a menudo, en una suerte de Bridget Jones con atributos masculinos que igual se lamenta de sus fracasos amorosos mientras engulle helado de chocolate un domingo por la tarde, que se declara accidentalmente por WhatsApp o, y ésta es su última ocurrencia, empotra su coche recién comprado contra otro vehículo antes incluso de abandonar el concesionario (terapia de choque, lo llaman). Ya estoy más que acostumbrado a esas desdichas pseudo humorísticas. Puestos a elegir un patoso, mejor Bridget que el Ben Stiller de Algo pasa con Mery.

A veces, me hacen sentir tan vulnerable como Andrea Sach, la protagonista de El diablo se viste de Prada; otras, tan valiente como Gretta, el personaje de Keira Knightley en Begin again, especialista en perder con dignidad (y una buena selección musical mientras recorre las calles de Manhattan). También me obligan a comportarme como esa psicópata de buen corazón de Amelie Poulain (nadie le ha sacado tanto partido a unos enanitos de jardín y a un fotomatón). Pero cuando me pongo dramático, Escarlata O'Hara es una aficionada a mi lado; a Dios pongo por testigo.
Puestos a elegir, les habría pedido a mis guionistas algunas cualidades de mis héroes favoritos: el toque cool del Steve McQueen de La gran evasión; el estilazo de Jacob (Ryan Gosling), el rompecorazones de Crazy, stupid, love; la entereza de Al Pacino en el primer Padrino; la mirada profunda de Paul Newman; el optimismo a prueba de tormentas de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia; la osadía del pequeño Billy Elliot; el carisma a raudales de Jude Law en El talento de Mr. Ripley; o la suerte de cara de Jonathan Rhys Meyers en Match Point

Acostumbrado a ser el pobre Tom de 500 días (juntos), no estaría mal un viraje hacia una comedia romántica de altura. Nada de Jennifer Aniston y Matthew McConaughey, que son unos aficionados. Yo lo que ansío es enamorarme en un tren, como Jesse y Céline. Y que esa historia dure más allá del amanecer, del atardecer y también del anochecer. Nada de amores furtivos, como el de Ennis del Mar y Jack Twist en Brockeback mountain; ni imposibles, como el de Gustavo y Peggy. Y quiero besos, muchos, tan húmedos como los de Audrey Hepburn y George Peppard en Desayuno con diamantes; tan sabrosos como los de La dama y el vagabundo. Y, de fondo, la banda sonora de John Barry para Memorias de África
Si algún día pierden la cabeza, y pasamos del humor a la ciencia ficción, espero que me hagan volar como a Peter Pan o extraviarme en el espacio como Sandra Bullock en Gravity. Tampoco me importaría criogenizarme y ser, así, eternamente joven, o desplazarme al pasado y al futuro con la misma facilidad que Michael J. Fox. 

¡Qué bonito sería un mundo dominado por guionistas que solventaran las guerras con ingenio y estupefacientes, como las protagonistas de Y ahora adónde vamos! Donde los prejuicios se vencieran con buenas dosis de Chocolat, los ladrones fueran tan torpes como aquellos Granujas de medio pelo y los dictadores sólo pudieran jugar con globos terraqueos de plástico.   
Nunca conseguiré la mirada gélida de Margo Chaning ni bajaré las escaleras con el aire etéreo de Norma Desmond. Tampoco bailaré como Peppy Miller y George Valentin, ni saltaré sobre un piano gigante con la gracia de Tom Hanks. Me quedaré con las ganas de tener un amigo extraterrestre que se emborrache con cerveza y de descubrir crímenes a través de mi ventana indiscreta. Me conformaré con haber vivido todas esas emociones, como Totó y Alfredo, en una sala de cine.
Ya sé lo que están pensando: "a este chico Hollywood le ha llenado la cabeza de pájaros". Yo añadiría más: de pajaros y de tiburones, dinosaurios, niñeras voladoras, juguetes con sentimientos, arqueólogos con sombrero y látigo, panteras rosas, gatas con los ojos violetas... Al fin y al cabo, todos los personajes que he nombrado y muchos más forman parte de mi película, con el permiso de mis queridos extras y guionistas.


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