lunes, 15 de junio de 2015

PEQUEÑA GRAN MATUTE

"Se escribe porque se nace. Una vez, Josefina Aldecoa dijo de mí una cosa que me gustó mucho, aunque yo no soy nada petulante. Dijo que Ana María Matute había nacido para escribir como los pájaros habían nacido para volar".

Descubrí a Ana María Matute de forma tardía. Su Todos mis cuentos cayó en mis manos a mediados de 2011. Me enamoraron; ella y sus relatos. Después vendrían Olvidado Rey Gudú, Historias de la Artámila y Paraíso inhabitado. Esa es la ventaja de conocer a un autor consolidado: no necesitas esperar a que escriba su siguiente libro. Tienes a tu disposición un universo ya creado de personajes reales e inventados, situaciones veraces o increibles, finales felices y trágicos. Estaban ahí, esperando a que te zambulleras en ellos, a que los quisieras visitar. Y el mundo literario de Matute es prolífico, lírico y embaucador.

"Quisiera que mis libros duraran, porque yo estoy en mis libros. Y si alguien me ha querido y me recuerda, y me quiere volver a encontrar, estoy en todos mis libros, en los peores y en los mejores".

No esperen ustedes hallar en este artículo una revisión academicista de la obra de Matute. Eso se lo dejo a quienes manejan mejor que yo términos como literatura femenina de posguerra, censura o narrativa fantástica. Es mucho más interesante que "hable" ella. Por eso, he recopilado reflexiones de la propia escritora en entrevistas en distintos medios de comunicación durante los últimos años de su vida. Ana María sabía que, a partir de cierta edad y cuando no queda nada por demostrar, se puede uno permitir el lujo de decir lo que antes callaba por miedo a ser vituperado. Aunque presumía de no haber dejado del todo la niñez, era sabia. Claro, partía con la ventaja de tener poderes.   

“Cuando me metían en el cuarto oscuro para castigarme, en la niñez, yo veía cosas; ahí supe que era escritora… Me comunicaba con una pequeña luz interior. Fue cuando me saqué del bolsillo un terrón de azúcar, lo partí y de dentro salió una chispita de color azul. Me dije: soy maga. Todos los escritores son magos. Y brujos también”.

"¿Usted cree en la casualidad? Pues no existe; sólo lo parece, pero todo tiene una razón de ser, nada sucede porque sí. Vivir, hablar, es magia. Todo está cargado de magia; la magia hace que estemos aquí charlando. Si no, tendríamos que estar hocicando por los montes".

Como los niños pequeños, Matute amaba la libertad. Sus personajes son un reflejo de una imaginación osada, defensora de vivir intensamente asumiendo riesgos. Muchas de sus criaturas inventadas pecan precisamente de falta de prudencia, de excesiva confianza en los demás. Quizá habrían gozado de mejor destino si hubiesen actuado con más cautela y frialdad. Pero, entonces, perderían ese componente melancólico y cautivador que les humaniza.

"El que vive intensamente la vida, el que no la vive a saltitos, sabe lo que es el dolor; yo sé lo que es el dolor, como también sé lo que es la alegría. La profunda felicidad también sé lo que es".

"Todos los grandes sentimientos son una equivocación, pero es lo que nos hace humanos. Vivan las equivocaciones de ese tipo: enamorarse, amar, tener hijos, todo aquello que conlleva sentimiento y nos complica la vida. Incluso a esos que todo lo calculan, cuando menos lo imaginan vienen y les pegan una torta y los tumban. La vida es también una gran equivocación maravillosa". 

Cuando escribía, no pretendía enseñar; tampoco provocar. Su rebeldía habría pasado desapercibida en una época como la actual, en la que la dictadura de "lo políticamente correcto" asusta a la creatividad y banaliza lo transgresor. Ella, que como tantos otros conoció y sufrió la censura sin careta, no habría llevado bien tanta corrección revestida de falsa independencia. 

"Peter Pan es lo más, quizá porque me parezco a él. Es el espíritu de la infancia indómita... Pero la gente todo lo estropea. El complejo de Peter Pan no es eso que dicen, ni tampoco él es como Walt Disney lo pintó. ¿Y la Sirenita? ¡Qué pena da! Para empezar, le han puesto sostén... ¡Qué horror! La Sirenita nunca podría llevar sostén; pero, ¿qué se creen que es la Sirenita? ¡No es eso! Todavía lloro cuando leo el final del libro de Peter Pan".

"Todos nos acostamos con el lobo, pero lo que no podemos hacer es confundirlo con la abuelita. Caperucita era tonta”.

Les voy a contar un secreto que nunca hasta ahora había revelado, pero no me tomen por loco. Ahí va: creo que una vez volé. Era pequeño y recuerdo que moví mucho los brazos, con todas mis fuerzas, hasta que logré despegar los pies del suelo y tocar el techo de mi habitación con las manos. Sí, ya sé que es imposible. Talvez fue un sueño o se trata de una evocación distorsionada. Yo prefiero seguir pensando que, como Mary Poppins o Peter Pan, conseguí volar. A lo mejor por eso me gustan tanto los cuentos de Matute... Ella me entendería.

"El Quijote es el primer libro con el que he llorado, con la muerte del Quijote, por todo lo que significa: el dejar que la locura desaparezca. Eso es terrible. El triunfo de la sensatez”.

"Todas las personas crean su propio mundo y viven según los criterios y los rituales de ese universo que se han inventado. Hay que ser muy imbécil para no tener un mundo propio. San Juan dijo: ‘El que no ama está muerto’ y yo me atrevo a decir: ‘El que no inventa, no vive”.

Hace poco vi un documental dedicado a la autora barcelonesa que se llama La niña de los cabellos blancos. En él, una de sus sobrinas explica que, a pesar de presumir de no haber abandonado nunca la infancia, tenía ojos de adulta y reconocía perfectamente la crueldad de los hombres y por eso la refleja con acierto en sus escritos. La maldad siempre produce desdicha. Así, es inevitable que los relatos de Matute desprendan, a menudo, nostalgia y desconsuelo; un sabor a vida amarga.


"Muchas veces se han sorprendido de que yo sea una mujer muy alegre y mi literatura sea tan triste, pero es que toda la literatura es triste, al menos la que se puede llamar así".

"Yo me entiendo muy bien con los niños; no con todos, eh. A algunos se les ve en los ojos lo que van a vender en cuanto puedan. Esos no son niños. Hay gente que, aunque no lo parezca, no es niño nunca, y eso se nota después".

"La maldad y la bondad son exquisitas. Tienen pocos representantes porque son producto de una gran inteligencia. Pero la estupidez se prodiga...".

La alegría, como la pena, no dura eternamente. Matute también tuvo su período negro. Durante más de 18 años se sumió en una depresión. En esa etapa no escribió; no tenía ganas. Pero consiguió salir del hoyo y se reencontró con sus lectores en 1996 gracias a Olvidado Rey Gudú. En su etapa madura, con la serenidad que da la experiencia, adoptó mecanismos propios con los que soportar este extraño invento que es la existencia: la religión, la memoria selectiva y, cómo no, los gin-tonics.

"Un gin-tonic te da una lucidez bárbara. El médico dice que los gin-tonics me van bien, aunque mi hijo sospecha falsamente que me caigo en los hoteles a causa de la bebida; pero no, es por las esterillas que ponen bajo las camas, en las que se me engancha la muleta. El médico me ha dicho que esas esterillas han matado más gente que Stalin y Hitler juntos".

"La memoria modifica, es un escultor. A veces elimina cosas que deben desaparecer para no amargarnos la existencia. Eso en el fondo es la literatura: una memoria modificada".  

“Me parecería una autentica falta de cortesía que Dios no existiera. Me educaron en la religión católica, pero luego me hice atea y eso no era nada divertido. Ahora soy creyente, pero no practicante, aunque hablo con mi ángel de la guarda a diario. Hasta cuando era atea hablaba con él, aunque entonces no sé si lo llamaba gnomo o trasgo... No me acuerdo de cómo lo llamaba, pero me ayudaba mucho, y me sigue ayudando".

El 25 de junio de 2014 se fue a los 88 años. Desgraciadamente, ya no nos regalará más historias fantásticas. Aunque a lo mejor, como yo, usted es uno de esos "afortunados" que puede sumergirse por primera vez en ese paraíso más que habitado que es la prosa de Ana María Matute. No se me ocurre mejor manera de cerrar este texto que con las palabras finales del discurso con el que recibió el Premios Cervantes en 2010.

"Me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia o con alguna de las criaturas que trasmiten mis libros, por favor, créanselas. Créanselas porque me las he inventado".

No hay comentarios: