No es fácil recomendar una novela a alguien y dar en el clavo. Se requiere de cierta pericia y empatía, de una especie de olfato literario que no se limite a saber que la obra que se ha leído agradará, sino que además no pierda de vista la personalidad y la idiosincrasia de la persona a la que va destinada. Las novelas, los libros en general, tienen vida propia: a veces se nos escurren, otras nos golpean o acarician, otras saltan de nuestras manos y corren y juguetean sobre nuestra cabeza…, y siempre, hagan lo que hagan, dejan tras de sí un rastro extrañamente humano, que huele a duda y pasión… una estela, que muy a menudo, nos ofrece el aroma o nos recuerda a alguien que, de algún modo, creemos conocer bastante. Saber recorrer ese misterioso rastro que va de la página a la persona es fundamental para aventurarse a proponer una lectura a alguien.
La última novela que me recomendaron fue 84, Chrarring Cross Road, de Helen Haff. Se trata de una obra epistolar, formada por la correspondencia, real, que mantuvo, a mediados del siglo XX, una dramaturga estadounidense (la propia Haff) con un librero británico y su librería, que proporcionaban a la autora americana obras difíciles de encontrar, a un precio económico y bien cuidadas. Lo que empieza siendo una relación comercial e interesada pasa a trocarse, poco a poco y a medida que ambos se escriben, en una especie de amistad virtual que termina convirtiéndose en una sólida y cómplice relación. Como si de una partida de ajedrez se tratase (donde las fichas avanzan lenta pero constantemente en el tablero), el lector asiste al modo sutil en que se va fraguando la confianza entre ambos personajes. Cada uno va volcando su vida en las cartas que se escriben, dejando a la vista el maravilloso y lento proceso a través del cual dos seres humanos van dejándose vencer hasta dejarse caer el uno en el otro en una suerte de compromiso fraterno. Y como en todo compromiso, como en toda relación en la que alguien da y ofrece, también hay espacio para el dolor y el sufrimiento, que como intrusos inoportunos acuden a una fiesta a la que no han sido invitados, pero a la que siempre terminan por llegar. Porque vivir, amar y comprometerse requieren de un precio que al final siempre debemos pagar. “La vida siempre hiere”, comentaba Javier Marías recientemente en uno de sus artículos.
Canto al porvenir
No estamos pues ante una obra complaciente con el lector, poco real, lo que sin duda se agradece porque permite entenderla como una pequeña metáfora de lo que somos: amor y dolor, sonrisas y lágrimas. Pero aun así, el tono de la novela encierra una visión optimista y humana de nuestra existencia. Al fin y al cabo es verdad que siempre hay que pagar un precio, pero puede que a pesar de todo, merezca la pena pagarlo. De otro modo sería difícil tener esperanzas en el futuro, albergar ilusiones. Y es que ésta es también una novela construida como un canto al porvenir, no sólo por el tema, sino también por la forma: el género epistolar permite, frente a la narración clásica proyectada sobre el pasado, construir personajes y tramas en un presente que aún no ha sucedido. Cuando alguien escribe una carta contando sus planes y deseos no hace más que extender su vida más allá de las fronteras de lo ya vivido. Y a ese ritual tan sano y mágico se aferran los personajes de 84, Chrarring Cross Road. Ésa es otra de las pequeñas joyas que podemos encontrar entre sus páginas: comprobar la importancia de los rituales como un modo disfrutar y proteger aquello que amamos.
Leer un libro no es sólo posar la mirada sobre sus párrafos, es también oler sus páginas y releerlas y marcarlas dejando huellas como quien da un paseo por la playa; confiar en alguien no es sólo recurrir a él en los buenos o malos momentos, es también construir una especie de simpática complicidad que termine por difuminar, como sucede en la obra, el espacio y el tiempo… Vivimos en una época de prisas y agobios, y los rituales requieren de tiempo y dedicación. Ojalá esta pequeña novela sea leída por muchos más lectores, ojalá terminemos por entender que a veces es más importante el papel que envuelve el regalo que el propio regalo, ojalá la gente siga defendiendo y practicando el fantástico ritual de regalarse y recomendarse novelas. Yo tengo un amigo que aún lo hace. Y no se me ocurre mejor forma de agradecérselo que escribiendo este artículo y por supuesto, seguir recomendado a otros amigos 84, Chrarring Cross Road. Aunque sólo sea por tratar de conseguir con ellos el mismo grado de complicidad que me une a él.
No estamos pues ante una obra complaciente con el lector, poco real, lo que sin duda se agradece porque permite entenderla como una pequeña metáfora de lo que somos: amor y dolor, sonrisas y lágrimas. Pero aun así, el tono de la novela encierra una visión optimista y humana de nuestra existencia. Al fin y al cabo es verdad que siempre hay que pagar un precio, pero puede que a pesar de todo, merezca la pena pagarlo. De otro modo sería difícil tener esperanzas en el futuro, albergar ilusiones. Y es que ésta es también una novela construida como un canto al porvenir, no sólo por el tema, sino también por la forma: el género epistolar permite, frente a la narración clásica proyectada sobre el pasado, construir personajes y tramas en un presente que aún no ha sucedido. Cuando alguien escribe una carta contando sus planes y deseos no hace más que extender su vida más allá de las fronteras de lo ya vivido. Y a ese ritual tan sano y mágico se aferran los personajes de 84, Chrarring Cross Road. Ésa es otra de las pequeñas joyas que podemos encontrar entre sus páginas: comprobar la importancia de los rituales como un modo disfrutar y proteger aquello que amamos.
GONZALO FERRADA
- Periodista y profesor de literatura -
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