lunes, 17 de diciembre de 2012

LA LETRA PEQUEÑA: UNIDOS EN LA OSCURIDAD

Estados Unidos de América, finales de los años cincuenta. La Guerra de Vietnam todavía está por llegar y desde las ventanas de las casas empieza a escucharse un nuevo tipo de música cuyo sensualismo y desenfreno escandaliza a los padres de la puritana clase media norteamericana: es rock and roll. En un pueblo cualquiera, un día cualquiera de principios verano, cuatro muchachos de unos 12 años, amigos del colegio y la calle, se enteran de manera furtiva y fortuita de una notica que piensan que les cambiará la vida: el cuerpo sin vida de Ray Brower, otro chaval de su edad que desapareció misteriosamente, permanece oculto en el bosque sin que nadie conozca su paradero. De manera inocente y entusiasta, los cuatro colegas fantasean sobre la posibilidad de encontrar el cadáver para resolver el misterio. Piensan que semejante hazaña será reproducida por todos los medios de comunicación mientras ellos se convierten en famosos y millonarios de la noche a la mañana. Así que deciden escaparse de casa y adentrarse en el bosque por unos días en busca de su particular “tesoro”.

Stand by me
Pero ese viaje les cambia la vida. En el trayecto, diferentes contratiempos les demuestran que fuera de su pueblo no son tan invulnerables como pensaban y en varias ocasiones terminan discutiendo y arrojándose unos a otros sus propias miserias. Aún así, se ven obligados a seguir juntos, su amistad sale reforzada y el viaje no termina hasta que dan con el cadáver. Pero cuando están ante el cuerpo sin vida que tanto anhelaban, quedan paralizados de la impresión y despiertan de su sueño infantil e ingenuo.
Deciden volver a casa sin él, en silencio, reflexionado sobre lo que habían vivido juntos, dejando atrás un cuerpo sin vida y una infancia, la suya, en la que el concepto de muerte sólo tenía cabida como algo abstracto y etéreo. La realidad se ha encargado de darle forma. Su viaje de regreso es el de ida a la edad madura. Muchos años más tarde, uno de ellos, convertido en padre de familia y escritor, recordará está aventura, cayendo en la cuenta de que, pese a todo, jamás ha podido volver a disfrutar de una amistad como la que tenía con sus camaradas de la infancia. El mundo entero por descubrir ante ellos.

La historia que acabo de narrar es el argumento de una mis películas favoritas, Cuenta Conmigo, que muy en la onda de la más conocida Los Goonies, llegaba a las pantallas en los maravillosos años ochenta. No alcanzó tanta repercusión como ésta segunda, aunque desde mi punto de vista era superior, pues aunque menos trepidante, ofrecía una lectura más rica y real. La historia está basada en un cuento del famoso novelista Stephen King llamado El cuerpo. Tiene este autor norteamericano de cara a la crítica literaria la pesada losa de ser un auténtico superventas, lo que ha provocado que muchos miren con recelo sus creaciones, calificándolas de poco profundas y de objeto de  consumo masivo y popular. No soy un experto en él, pero recientemente he tenido la oportunidad de leer una de sus obras cumbres, “It”, y bajo mi punto de vista, creo que estamos ante un gran fabulador. Es cierto que nunca le concederán el Nobel, pero sus historias tienen la virtud de trascender la mera anécdota que narran sin parecer excesivamente pretenciosas. Las escenas escabrosas, los ambientes lúgubres y el oscurantismo que por doquier impregna su obra, satisfarán sin duda al lector más ávido de morbo y vísceras, y es posible que estos recursos hayan empañado también su imagen de prestigioso escritor.

El payaso asesino
It es una obra inmensa (1.500 páginas en mi edición de bolsillo), cuya temática es similar a la del cuento El cuerpo. Un grupo de amigos de una población estadounidense se unen para luchar contra un payaso asesino que se dedica a sembrar el pánico y raptar y descuartizar muchachos. Los crímenes del homicida se confunden con el relato de ese lado oscuro de la retrógrada sociedad americana: alcoholismo, homofobia, maltrato, racismo, etc. Y nada mejor que un payaso violento para demostrar lo inabarcable de la fantasía infantil: formidable, pero también peligrosa. Sin embargo, junto a estas escenas macabras, sorprende la habilidad de King para retratar las claves de una fiel amistad que lleva a un grupo de muchachos a hacer de tripas corazón para enfrentarse al terror más tremebundo que pueda imaginarse: ése que nace de la imaginación desbocada de la infancia, te paraliza por dentro y la mera intención de contarlo no hace sino acrecentar su horror. Ése que, en realidad, es el reflejo de las contradicciones de una sociedad adulta, incomprensible y violenta.

Qué fácil es identificarse con el relato que hace King de esa infancia, de sus códigos: los pactos, los primeros pitillos, las miradas furtivas al escote de las chicas, el clásico de meterse con la madre del colega (eso sí, con cariño, a veces hasta con demasiado…), los motes, las cabañas junto al río, las bicicletas, la ropa sucia de estar en la calle, las rodillas peladas de tanto jugar, la alegría inconsciente de vivir. Sin embargo, y esto también tiene cabida en la novela, parece que todo se complica cuando crecemos y a menudo añoramos aquellos días de juegos y balones, de apoyos incondicionales, de risas compartidas, de recuerdos que han ido diluyéndose hasta ir desapareciendo del fondo de la memoria. El dolor de crecer, de entrar a formar parte de un mundo asumiendo con él la pérdida de la inocencia. Puede que por eso luego terminemos idealizando una infancia en la que todo era más simple, más natural. A ella debemos también la certeza prontamente aprendida de que todo es más llevadero cuando sabes que, por mucho miedo que a veces dé la vida, es un alivio saber que puedes contar con alguien para recorrerla.
Como reza la famosa canción de Ben E King: (When de night has come, and the land is dark), no hay noche lo bastante oscura, (and the moon is the only light we see, no I won´t be afraid), como para impedir que dos pares de ojos encuentren una luna en mitad de las sombras (just as long as you stand, stand by me). Y a las puertas del abismo que nos engulle, se ilumina una mirada llegada desde el corazón de la infancia inexpugnable, al tiempo que de unos viejos labios conocidos salen las palabras mágicas que nos protegen y cobijan: Cuenta conmigo.
(Este artículo está dedicado a “mi oficina”, porque también el tiempo caprichoso nos permite ir conociendo nuevos amigos de la infancia).

GONZALO FERRADA
- Periodista y profesor de literatura -

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