¿Y AHORA, ADÓNDE VAMOS?
La directora de la aclamada Caramel, Nadine Labaki, "organiza" un ficticio ejército de madres, hijas y esposas dispuestas a todo por impedir que los enfrentamientos de índole religiosa continúen llenando de muerte las calles de una apacible comunidad situada en un país árabe indeterminado. Cansadas de enterrar a sus hijos, padres y maridos por conflictos fundamentados en corrientes que escapan a su control, dedican un esfuerzo sobrehumano a ocultar datos, aplacar ánimos y unir lazos. Quizá el mundo funcionaría mejor si, como en esta producción, el amor incondicional (aquí representado hábilmente por la figura de la mujer, que da la vida y protege con disimulo y generosidad), sirviese como arma efectiva contra la irracionalidad, las creencias ideológicas y la intolerancia. Ellas renuncian a la lealtad, a su propia dignidad e incluso a su derecho a expresar el dolor en favor de la paz. Ellos, en cambio, sólo razonan cuando se tienen que preguntar por el sentido de su pundonor. Lamentablemente, en la vida real, las canciones, el sexo y los pasteles "de la risa" nada pueden hacer para cambiar las mentes controladas por doctrinas que promulgan existencias ejemplares sin predicar con el ejemplo.
Quiero pensar que cualquier persona inteligente no verá feminismo tendencioso donde hay sentido común, ni confundirá el humor con la frivolidad. Porque esta película no pretende lanzar moralejas facilonas, sino subrayar lo absurdo de la guerra entre seres que nada se deben, poco se juegan y mucho tienen que perder. Simplemente, es un cuento que invita a reflexionar y ayuda a difuminar líneas de separación. Porque existen alternativas, aunque en ocasiones resulte más cómodo seguir la corriente, en lugar de pararse a pensar en la dirección que habrá que tomar en adelante. Si no sabemos adónde vamos, al menos deberíamos tener claro qué camino no queremos volver a recorrer.
Quiero pensar que cualquier persona inteligente no verá feminismo tendencioso donde hay sentido común, ni confundirá el humor con la frivolidad. Porque esta película no pretende lanzar moralejas facilonas, sino subrayar lo absurdo de la guerra entre seres que nada se deben, poco se juegan y mucho tienen que perder. Simplemente, es un cuento que invita a reflexionar y ayuda a difuminar líneas de separación. Porque existen alternativas, aunque en ocasiones resulte más cómodo seguir la corriente, en lugar de pararse a pensar en la dirección que habrá que tomar en adelante. Si no sabemos adónde vamos, al menos deberíamos tener claro qué camino no queremos volver a recorrer.
Propuesta original, grandes interpretaciones, momentos muy divertidos combinados con otros tensos y dramáticos, una canción con alegría contagiosa y un discurso conciliador. Preciosa.
INTOCABLE
Philippe y Driss también son dos luchadores, pero su objetivo es la propia supervivencia. El primero, un aristócrata parapléjico tras un accidente de parapente, pelea por sobrevivir y, gracias a su fortuna, puede hacerlo en unas condiciones mejores a las de otras personas en su misma situación. Quizá porque la gente que le rodea le trata como a un enfermo, parece haberse impuesto que dentro de su cuerpo inmóvil tampoco haya actividad. Aunque no se presenta como un ser amargado, ha asumido que no puede sentir ni dar placer, que prefiere la comodidad a cualquier atisbo de felicidad que implique un riesgo, que lo que le rodea es secundario.
Driss, en cambio, procede de una familia desestructurada de un barrio marginal. Tiene descaro, garra y capacidad para aprender, pero no está acostumbrado a que nadie le de una oportunidad. Aunque a priori sus principios sean un tanto discutibles y sus formas poco convencionales, su rebeldía cala en el ánimo de Philippe.
Su historia, la de dos almas procedentes de mundos distintos que al encontrarse se complementan, ayudan y enriquecen, no es novedosa; la hemos visto en cientos de películas anteriores. Y, en concreto, la amistad entre el aristócrata adinerado y el "macarrilla" de noble corazón ya nos la sabemos. Entonces, ¿dónde radica el éxito de esta producción francesa? Probablemente en su naturalidad (predecimos lo que puede ocurrir, pero llega a sorprender y huye de escenas "ya vistas"), su positividad y, sobre todo, en la brutal fuerza de Omar Sy, el actor que da vida al poco convencional empleado (incluso llegó a arrebatarle el premio César como protagonista al oscarizado Jean Dujardin de The artist). Sin duda es el papel de su vida, el que lleva el peso y reparte carisma en cada escena; el salvador de Philippe y su entorno. Y al final, de alguna manera, él también gana.
Arranca con nervio, transcurre intercalando humor y momentos emotivos (en alguna curva casi roza el sentimentalismo, casi), y termina en todo alto, a punto de iniciar otro trayecto con energía renovada.
Podría haber pasado sin pena ni gloria por la cartelera, como tantas otras. Pero, una vez más, el boca a oreja es la mejor promoción. Y no es que sea una joya, ni haya descubierto ninguna técnica nueva. Simplemente, es un cine que te hace sentir bien, algo de lo que últimamente estamos todos un poco necesitados. Aplomo, riesgo y rebeldía; tres elementos que, bien combinados, superan todas las barreras, por "intocables" que parezcan.
Driss, en cambio, procede de una familia desestructurada de un barrio marginal. Tiene descaro, garra y capacidad para aprender, pero no está acostumbrado a que nadie le de una oportunidad. Aunque a priori sus principios sean un tanto discutibles y sus formas poco convencionales, su rebeldía cala en el ánimo de Philippe.
Su historia, la de dos almas procedentes de mundos distintos que al encontrarse se complementan, ayudan y enriquecen, no es novedosa; la hemos visto en cientos de películas anteriores. Y, en concreto, la amistad entre el aristócrata adinerado y el "macarrilla" de noble corazón ya nos la sabemos. Entonces, ¿dónde radica el éxito de esta producción francesa? Probablemente en su naturalidad (predecimos lo que puede ocurrir, pero llega a sorprender y huye de escenas "ya vistas"), su positividad y, sobre todo, en la brutal fuerza de Omar Sy, el actor que da vida al poco convencional empleado (incluso llegó a arrebatarle el premio César como protagonista al oscarizado Jean Dujardin de The artist). Sin duda es el papel de su vida, el que lleva el peso y reparte carisma en cada escena; el salvador de Philippe y su entorno. Y al final, de alguna manera, él también gana.
Arranca con nervio, transcurre intercalando humor y momentos emotivos (en alguna curva casi roza el sentimentalismo, casi), y termina en todo alto, a punto de iniciar otro trayecto con energía renovada.
Podría haber pasado sin pena ni gloria por la cartelera, como tantas otras. Pero, una vez más, el boca a oreja es la mejor promoción. Y no es que sea una joya, ni haya descubierto ninguna técnica nueva. Simplemente, es un cine que te hace sentir bien, algo de lo que últimamente estamos todos un poco necesitados. Aplomo, riesgo y rebeldía; tres elementos que, bien combinados, superan todas las barreras, por "intocables" que parezcan.
EL EXÓTICO HOTEL MARIGOLD
Mal funciona una sociedad que arrincona la veteranía e infravalora la experiencia. Tampoco ayudan esos mensajes machacones que invitan a alcanzar el éxito inmediato y obtener la eterna juventud. Eso, unido a la presión para conseguir un trabajo, una casa y una pareja para toda la vida generan, a menudo, miedo y frustraciones. Quizá la actual crisis nos obligue a muchos a romper esas ideas que, a la larga, juegan en nuestra contra. ¿Dónde está escrito que no se pueda volver a empezar? ¿Por qué no improvisamos más? ¿Y si en lugar de restar años, los sumamos?
De acuerdo, muchos estaréis pensando que he bebido y que no estoy siendo realista; está claro que no es tan fácil, porque la progresiva madurez va acompañada de obligaciones familiares y económicas, lazos morales y problemas de salud. Sí, sí. Pero nadie está hablando de dejar vuestras casas con 70 años e irse a vivir a la India a un presunto hotel de lujo como los protagonistas de esta producción inglesa. Se trata de algo más terrenal. Simplemente no hay que rendirse. Sin ilusión no se vive. Y si no se vive, mejor no estar.
No es que Jorge Bucay se haya apoderado de mi cuerpo, aunque lo parezca. Es todo tan sencillo y, a la vez, tan complicado... Dejarse llevar, esa es la clave. Atreverse a hacer aquello que nos asusta, pero que nos va a ayudar a crecer. Apartar lo nocivo. Y, a partir de ese momento, sentir. Aunque duela. Aunque te arriesgues y tengas que volver a empezar. Aunque hagas daño. Aunque te lo hagan. Vivir.
El exótico hotel Marigold me ha ayudado a reforzar esta visión idealista para algunos, ñoña para otros. Y no es que pretenda ser una cinta de autoayuda ni nada por el estilo. No habla del éxito. Al contrario, quizá se centre más en el fracaso. Eso sí, deja la puerta abierta a la redención.
No pasará al Olimpo de las grandes películas del séptimo arte, pero sí será recordada con cariño por quienes se acerquen a este grupo de ancianos con necesidad de cambios. Los intérpretes, encabezados por las enormes Judi Dench y Maggie Smith, no pueden estar más brillantes. El relato guarda agradables sorpresas y, aunque también hay tramas predecibles, se resuelven con sutiliza. Talvez sobra un poco la historia de amor juvenil, que roba momentos al auténtico espíritu del conjunto.
Sus detractores la tacharán de efectista, tontorrona y sensiblera. Quizá a sus fans nos haya conquistado por eso mismo. Pues eso, que se hace camino al andar.
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