jueves, 15 de septiembre de 2011

LAS PIELES DE ALMODÓVAR

Es el mayor órgano del cuerpo humano y sirve para aislar y proteger a nuestro organismo del entorno. Pero debajo de la piel también se esconden ilusiones, recuerdos, miedos, frustraciones y, en ocasiones, odio y deseos de venganza. La piel que habito, la última película de Pedro Almodóvar, aglutina un poco de todo eso. Con precisión y cierta sangre fría, el director manchego construye un universo oscuro de personajes atormentados y con dos caras; juega a ser Dios cambiando destinos con maniobras inesperadas; y lanza sobre el tapete una serie de complejos y delicados dilemas morales. Entre la vida y la muerte se abre una nueva dimensión, una especie de limbo sin ley, en el que sólo hay dos posibles salidas: el fracaso existencial o la redención, aunque sea pagada con creces.
El oscarizado director nos invita a espiar por la mirilla, pero pone unas normas rígidas sin que le tiemble el pulso. La historia se vende desordenada, con saltos abruptos de tiempo y cambios de marcha emocionales. Los ojos hablan sin voz, los silencios esconden prudencia y rencor, y las puertas aislan la incomprensión y protegen de la irracionalidad. Cada elemento está perfectamente colocado para crear una atmósfera asfixiante y sórdida. Aunque se echa en falta la chispa humorística del Almodóvar más histriónico y gamberro, su impronta personal sobrevuela el conjunto del producto e irrumpe con violencia en los momentos más inesperados; escenas de lucha que rozan el ridículo y un encuentro sexual con tintes kitsch deslustran un relato apasionante, que sólo podría ser ideado por una mente retorcida e impetuosa

Ya desde Todo sobre mi madre, la producción almodovariana venía anunciando un giro hacia universos creativos más lúgubres y sofisticados. En este sentido, La piel que habito es, quizás, su cinta menos personal, pero también una de las más desgarradoras. Mi amigo Lázaro la describe como una película de "Almonábar", pues reconoce en ella los inconfundibles detalles estilísticos de Almodóvar y , a la vez, observa un dominio de la tensión argumental que recuerda al cine del genial Alejandro Amenábar. Y, sin embargo, muchas de las críticas han sido demoledoras. Tal vez sus fieles no le perdonan ese viraje a un tono tan intimista o echan de menos mayor descontrol en fondo, forma y lenguaje. En cualquier caso, sería injusto calificarla como una obra menor o, como he leído en alguna parte, una mera adaptación libre de la historia de Frankenstein. Guste o no, merece que se le reconozca el mérito de ser valiente, arriesgada y de no dejar indiferente a nadie.
La maquinaria publicitaria de la productora El Deseo ha funcionado, una vez más, a la perfección. Periódicamente hemos ido recibiendo las pildoritas básicas de información sobre la preproducción, el argumento y el rodaje de este proyecto desde mucho antes de que llegara a las carteleras, lo cual ha generado una expectación comprensible y, por encima de todo, muy rentable. El reencuentro entre Pedro Almodóvar y su antiguo "muso" Antonio Banderas, y la apuesta como protagonista de Elena Anaya se habían convertido en dos de los principales reclamos. Y ninguno de ellos decepciona.
Anaya no necesitaba lucirse para demostrar que es una intérprete versátil y completa, porque su filmografía le avala. Sin embargo, se enfrentaba a un reto complicado porque su trabajo iba a ser analizado con lupa. Como decía, no defrauda; se mete en la piel (nunca mejor dicho) de un ser en plena transformación, combinando frialdad y ternura, racionalidad y desesperación. Y así, sin aparente gran esfuerzo, consigue hacernos olvidar que es Elena Anaya, para presentarse ante nosotros como un ser nuevo lleno de incógnitas.
También Banderas muestra su versión más controlada y aséptica, y convence como ese monstruo despiadado, pero profundamente herido y vulnerable; un personaje repleto de matices que descubre a un actor maduro y entregado. 

Marisa Paredes, Jan Cornet y el resto del reparto cumplen con nota. El único que desentona es Roberto Álamo, aunque quiero pensar que su intervención no es más que la nota excéntrica con la que el cineasta buscaba contentar a sus fieles. Me atrevo a augurar que será en este terreno de las interpretaciones en el que más candidaturas a los premios Goya acumulará la película (cantadas las nominaciones a mejor actriz, actor, secundaria y actor y actriz revelación). Pero no sería razonable que se ignoraran otros aspectos como la dirección, el guión, la producción, la música o el montaje.
Podrá gustar o no, pero La piel que habito, como la epidermis, acumula señales y heridas, y guarda secretos y recuerdos de todo lo vivido. Aún así, seamos francos: ni con cremallera se le puede poder límites a la piel creativa de Pedro Almodóvar.

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