Twitter, Facebook y, ahora, Google+. Las redes sociales 2.0 revolucionan las relaciones interpersonales. Nos afanamos por descubrir los secretos de las tecnologías que nos hacen estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, para no quedarnos marginados, desterrados del círculo colectivo organizado en red. Mientras la virtualidad pasa a formar parte de la realidad cotidiana, que será positiva siempre que nos facilite la vida, es curioso echar la vista atrás y considerar el origen de la lengua humana.
El nacimiento de la comunicación se ha prestado a múltiples especulaciones por parte de teóricos como Herodoto, Rousseau o el mismísimo Darwin. Los argumentos, siempre empañados por notas ideológicas, dan lugar a fantasías en forma de recuerdos que nadie vivió en primera persona. Evidentemente, ninguno de los que han podido escribir sobre ello sabe con exactitud cómo sucedió.
El etnocentrismo de los pueblos más antiguos, como los egipcios, les ha llevado en múltiples ocasiones a erigirse como la nación más antigua y, por lo tanto, a ostentar el título de “primeros habladores de la especie”.
El hebreo, salvado de la quema
La convicción de que el hebreo había sido la lengua primigenia de la humanidad era generalizada entre los autores judíos y cristianos. Dante Alighieri, en su ensayo De vulgari eloquentia, interpreta que el idioma nació de modo unitario desde Adán y Eva. Todo fluyó correctamente para sus descendientes hasta la construcción de la Torre de Babel, que provocó la confusión de las lenguas. Dante afirma que tras el remolino babeliano, sólo los hijos de Heber (hebreos), conservaron esa lengua originaria del Paraíso. Por tanto, ellos atesoran en exclusiva la “lengua de gracia” que se salvó del caos.
Imagen: Torre de Babel, de Pieter Brueghel (1563)
Sánscrito e himnos nacionales
El profesor Honorio M. Velasco Maillo, en Hablar y pensar, tareas culturales, explica que hay otras lenguas que se han considerados sagradas, como han sido el griego y el latín para la tradición cristiana, el sánscrito o el pale para las orientales e, incluso, las lenguas nacionales modernas cuando se proclaman himnos a grito pelado y con la mano en el corazón.
Los estados-nación europeos en plena emergencia necesitaron inflar el entusiasmo de la población para cultivar el espíritu comunitario. El toscano, en su momento, se proclamó como lengua originaria porque se pretendía derivado del etrusco, y este del arameo de Noé.
El holandés de los habitantes de Amberes se vendió como derivado del cimbrio. El pueblo germánico-céltico de los cimbrios es descendiente de los hijos de Jafet, que no participaron de la Torre de Babel y, por lo tanto, escaparon del bizarro desbarajuste idiomático. De la historia de Jafet también se aprovecharon los políticos suecos, alemanes, celtas e ingleses para contar sus versiones particulares sobre la inmutabilidad lingüística tras el paso del tiempo.
Con estas pinceladas sobre antropología lingüística comienza una nueva sección en este blog, en la que desgranaremos curiosos enigmas de la evolución del ser humano. Muchas gracias al autor de Y qué pequeño soy yo por invitarme a su “diminuto refugio”, una tribuna abierta para compartir experiencias y conocimiento.
VERÓNICA RODRÍGUEZ
- Periodista y antropóloga -
- Periodista y antropóloga -
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