"La de veces que le había pedido que vinise, que por favor me ayudara a acabar con esto de una vez por todas, pero ni caso. Por eso cuando por fin le dio por aparecer, como no la esperaba, me asusté. Entré en la cocina y ahí estaba ella trasteando en la instalación del gas, con el pelo larguísimo y una túnica que, a pesar de ser vaporosa y amplia, dejaba ver que estaba en los huesos. Porque me fijé en el reloj de arena de la encimera y en la guadaña apoyada en la pared, si no habría llamado a la policía. Pillé la idea rápido: o sea, que va a ser con gas. Un agujerito en la tubería, un dejarse la llave abierta, y pum, gracias por su atención. Y mira por dónde tenía que ser justo cuando yo ya había superado mi historia con aquel indeseable y lograba dormir siete horitas del tirón. Y después de haberme mudado a una casa preciosa con jardín tras buscar piso durante meses. Y concretamente el día en que Sergio había aceptado cenar conmigo por primera vez en casa. Maldita la gracia.
La saludé, le ofrecí un vino -un tinto malucho que tenía para guisar, total-. y le dije que teníamos que hablar con tranquilidad del tema".
La saludé, le ofrecí un vino -un tinto malucho que tenía para guisar, total-. y le dije que teníamos que hablar con tranquilidad del tema".
La joven escritora madrileña Mercedes Cebrián recoge bajo el título de El malestar al alcance de todos once poemas y catorce cuentos urbanos y modernos, cargados de ironía, no siempre fina, sarcasmo y locuacidad. Los protagonistas de los distintos relatos son seres acomplejados, derrotados o conformistas que, sin embargo, ven la vida pasar por delante de sus puertas con una medio sonrisa; generosamente desnudan sus pensamientos y dejan al descubierto sus miserias ante nuestra mirada cómplice.
Inevitablemente, el lector se sentirá reflejado en los gestos, miedos o anhelos de este compendio de personajes imperfectos, capaces de enamorarse de sus cuñadas, de justificar los malos comportamientos del acompañante acomplejado, de invertarse identidades con tal de no aceptar la soledad, o de aficionarse a la decoración más rancia, incapaces de superar su fracaso matrimonial... Ni blancas ni negras. Sus vidas son grises, con alguna ráfaga de tonos chillones. Entrañables, sí; pero grises.
Los monólogos con que los escarmentados sufridores nos cuentan sus historias en primera persona están repletos de guiños al lector. Como decía, es imposible no reconocerse en algunos de sus temores o fobias. Pero no os vayáis a creer que es un libro de autoayuda ni de "autocompasión". Lo máximo que conseguirá es que nos riamos de nuestras pequeñas manías y que comprendamos que, al final, las "desgracias" están bien repartidas; o, como dice la autora, al alcance de todos.
Por cierto, de entre los relatos, mi favorito es sin duda Tempus fugit, al que corresponde el fragmento destacado al principio de la entrada.
Un volumen ideal para quienes les guste que, de vez en cuando, un libro les arranque una sonrisa. Aunque sea a costa de las pequeñas miserias de la vida...
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