domingo, 12 de diciembre de 2010

PARA TODOS LOS GUSTOS

Para mi, siempre es una experiencia ir al teatro. En las últimas semanas he tenido la oportunidad de asistir a tres espectáculos muy diferentes entre sí: Es por ti, el musical basado en las canciones del grupo madrileño Cómplices; la obra La vida por delante, protagonizada por Concha Velasco; y, por último, el montaje Los ochenta son nuestros, escrita por Ana Diosdado y con jóvenes actores procedentes de distintas series de televisión. A continuación, las voy a analizar una a una:

ES POR TI. EL MUSICAL
Lo más fácil es pensar que si no se saben demasiadas canciones de este grupo madrileño no vale la pena ir a ver la obra. Error. Está claro que Cómplices no es Mecano, pero seguro que te sorprenderías de las canciones que conoces o te pueden llegar a sonar: la celebérrima Es por ti que da nombre al espectáculo, Pa'ti, Sonrisa plateada, Nada es para siempre, Cuento con tu risa... Y si no es así, tampoco importa, porque los diálogos hablados se imponen sobre los números musicales.
Además, se trata de una gran producción en toda regla que no tiene nada que envidiar a Hoy no me puedo levantar o 40, el musical. De hecho, utiliza elementos cuasi idéntidos: una complicada trama amorosa, con las dosis justas de humor, drama y emoción, que sirve como excusa para introducir canciones más o menos populares; actores solventes, con voces notables; una escenificación cuidada y un ritmo correcto.
Tropieza en lo mismo que sus predecesoras: es muy larga, hay demasiados números musicales (algunos metidos con calzador), y su argumento es simple y previsible; pero, bueno, lo mismo que ir a ver una película norteamericana de instituto o de superhéroes.
Si eres de los que te gustan los musicales, lo disfrutarás; si no los soportas, ni te lo plantées. Yo he de reconocer que, a pesar de todo, me lo pasé en grande. Ah, y hay que destacar el trabajo de una de las actrices, Naike Ponce, que a pesar de tener un papel un tanto prescindible, pone los pelos de punta cada vez que canta en su estilo flamenco. La mejor, sin duda.

LA VIDA POR DELANTE
Esta basada en la obra La vida ante sí del escritor Román Gary, un texto sobre el racismo y el fanatismo religioso. Cuenta la peculiar relación de cariño-necesidad entre Madame Rosa, una anciana judía que se encargaba de cuidar a los hijos de otras prostitutas, y Momó, un adolescente musulmán que se ha criado con ella. No contaré nada más del argumento, por si tenéis pensado ir a verla.
Aunque el comienzo es algo lento y confuso, conforme avanza la acción los personajes te van atrapando en su particular red de entrañable marginalidad y miedo a la soledad. Por encima de todo, son seres auténticos y fieles a sí mismos. La última hora alcanza un nivel de emotividad y tensión muy elevado. El final se aproxima a un ritmo vertiginoso y, llegado el momento, todos los flecos acaban atados, y bien atados.
Un único decorado y cuatro actores son suficientes para mantener la atención del espectador; para sorprenderle, para hacerle sonreír, reflexionar, enocionarse... Madame Rosa y Momó dan una lección de tolerancia y respeto, tan necesaria en los tiempos que corren. Porque han pasado treinta y cinco años desde que Gary la escribió, pero esta historia no ha perdido ni una pizca de vigencia. Respetando en todo momento el mensaje, Josep María Pou, el director de este montaje, ha optado por descargarla un poco de dramatismo con contadas píldoras humorísticas.
Pero La vida por delante no sería lo mismo sin el duelo de altura que protagonizan el debutante Rubén de Eguía, en la piel de Momó, y Concha Velasco, una Madame Rosa inmensa. Él asume el papel de narrador para el público y, sin salir de escena prácticamente ni un momento en las casi dos horas de función, pasa de niño a hombre sobre el escenario. Con su tono, a veces infantil, a veces desgarrado, conmueve e inspira ternura. Comparte con el patio de butaca su incomprensión, sus dudas existenciales, sus temores. Se entrega generosamente y consigue un resultado impecable.
En cuanto a Concha Velasco, como decía antes, está inmensa. Verla actuar es en sí un espectáculo: cómo se mueve, cómo llena la escena con cada gesto, con cada mirada, con cada frase... Es generosa con sus compañeros y también con el público. No tiene reparos en mostrarse en ropa interior, como una persona senil que va deteriorándose poco a poco... Si durante la primera parte decide a su antojo cuando debemos reír con la frase adecuada en el momento preciso, en los minutos finales consigue crearnos un nudo en la garganta con su mirada ida, sus sutiles y torpes movimientos de enferma y su estudiado patetismo. Cuando termina la obra, sólo se puede sentir respeto y admiración por ella. Tienes la sensación de haber visto a una estrella, a una bestia de la interpretación. Os lo recomiendo, de verdad.

LOS OCHENTA SON NUESTROS
Esta obra se estrenó por primera vez en 1988, bajo la dirección de Jesús Puente, y con un cuadro actoral que, después, ha dado mucho que hablar: Amparo Larrañaga, Lydia Bosch, Toni Cantó, Luis Merlo e Iñaki Miramón, entre otros. La nueva versión está dirigida por Antonio del Real y protagonizada por los televisivos Antonio Hortelano, Gonzalo Ramos, Natalia Sánchez, José Luis Peinado, Claudia Molina, Alex Barahona, Blanca Jara y Borja Voces; un reparto lleno de caras conocidas, que servirá de reclamo para atraer al público al teatro.
Sin embargo, no se trata de una obra frívola ni divertida. Todo lo contrario: situada en la decada que le da título, se sumerge en las preocupaciones e inquitudes de una generación de jóvenes un tanto perdidos en una sociedad todavía en construcción. Eso se traduce en diálogos largos y, en algunos momentos, un tanto tediosos. A mi me resultó lenta e irregular. En cambio, el final llega de forma un tanto abrupta, acelerada.
Los actores en general están bien, aunque más de uno necesita alguna clase extra de interpretación. Me gustó especialmente la fuerza de Gonzalo Ramos y la vis cómica de Claudia Molina. Pero, como digo, el resultado es digno. Aunque algo pretenciosa, se deja ver.

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