viernes, 3 de diciembre de 2010

DAMAS Y CABALLEROS: MONTGOMERY CLIFT

Como una noche fría y nublada, como el atardecer de un día cualquiera en otoño y como un bosque lleno de árboles con hojas secas. Así parecía la vida, la corta vida, de un actor genial, Montgomery Clift.
Conocido por sus amigos como Monty, fue un actor incansable, insaciable y rebelde a partes iguales. Monty desfilaba por los decorados del cine y del teatro como un niño en un parque. Era su otra casa, su hogar preferido, su hábitat natural.

Pocos actores han tenido la raza del mejor amigo de Liz Taylor. Y es que, desde muy joven, siempre supo que quería dedicarse a la interpretación. Y lo consiguió. Tan es así, que llegó a ser una estrella en un universo feroz donde todos luchan por ser el mejor. En el caso de Clift, tengo la sensación de que no le costó demasiado llegar a lo más alto, a la cima. Su buen hacer deleitó a los grandes directores desde el primer momento. No necesitaba de adornos externos; más que su talento, que no es poco, él sabía que su físico le había venido regalado. Pero no aceptaba nada gratis, quería ganárselo. Su brillo era natural y su humildad real.
Lo peor de todo es que nunca supo ser feliz. Siempre pareció un hombre atormentado, cansado de la vida; parecía respirar por obligación. Con esa actitud era difícil conquistar a alguien o triunfar en un mundo tan complicado. Aún así, él jugó y ganó.
La imagen que tengo de este caballero de oro es la de un tenaz y audaz actor. De los que se autoexigen sin límites y nada puede quedar correcto, todo tiene que estar perfecto; si no, no le sirve.
Monty cuidó tanto su faceta profesional que descuidó la personal, si es que alguna vez la tuvo. Quién sabe si era más actor con sus amigos y con su familia que en el cine y en el teatro.
Montgomery Clift parecía prever que su vida pronto se apagaría, si es que alguna vez estuvo encendida. Al menos, tengo la sensación de que él vivió la vida, sin más. Y supongo que la vida no sólo se vive, si no que se siente, se disfruta y se bebe.
Se fue por la puerta grande, dejando un legado de películas insustituibles. Sabía que su fuerza, ésa que no demostraba en el terreno personal, la tenía y la volcaba en el profesional.
Su seguridad en los escenarios le hacía feliz, ya que en sus películas jugaba a ser otra persona, la que el guión le marcaba, y eso le hacía sentirse cómodo. Sin embargo, no pudo aprenderse ni memorizar el guión más fácil, el guión de su propia existencia.
Aún así, todos recordaremos al señor Clift como un ser único, un ser marcado por la nostalgia, por la elegancia, por la dignidad, por alguien que no quería demasiado la vida, pero que con cierta paradoja, la vida estaba enamorada de él.
Gracias Monty por habernos dado tanto en tan poco tiempo, gracias por regalarnos tu presencia en tantas películas, para mí, obras maestras. De nuevo, gracias por todo, aunque siento que no supieras ver “el árbol de la vida”.

Próxima entrega: Aaron Spelling

- Lázaro Sánchez -

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen articulo, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)

Anónimo dijo...

Saludos, muy interesante el post, espero que sigas actualizandolo!