miércoles, 27 de octubre de 2010

MARCAPÁGINAS: CUATRO AMIGOS

"Mis amigos me llaman Solo. Fue idea de Raúl y desde entonces me llaman así. A veces creo que han olvidado mi nombre real. Me llaman Solo porque un día, ya hace años, no recuerdo muy bien por qué, cabreado por algo les dije: "Mira, yo prefiero estar solo que bien acompañado". Y la verdad es que no me disgusta. Solo. Suena a héroe de las galaxias. Solo.
Supongo que la soledad me acompaña desde el día en que nací. Está ahí, agazapada, esperando a que todos desaparezcan para significarse, para recordarte que ella nunca te abandona. Mis padres han conseguido provocarme muy a menudo la sensación de estar solo, especialmente cuando estoy con ellos. Mi padre es crítico literario y mi madre crítico de arte. En el mismo periódico. Podría decirse que el estrecho sendero del prestigio cultural de este país atraviesa por mitad de nuestro salón, justo al lado de la mesita de café. Ese oficio, presumo que como cualquier oficio de unos padres, ha marcado su relación conmigo".

Quien siga esta sección seguramente sabrá que David Trueba es uno de mis escritores favoritos. De hecho, una de las primera entradas de este blog estuvo dedicada a su obra Abierto toda la noche. Hace unos meses también analicé su premiada Saber perder. Ambas historias me fascinaron. Por eso, tenía muchas ganas de enfrentarme a la lectura del que fuera su segunda novela, publicada en 1999: Cuatro amigos.
Lo leí este verano en Mallorca tumbado al sol a pie de piscina, entre remojón y remojón. Y, aunque es un relato fresco y entretenido, está muy por debajo de las otras dos novelas de Trueba.
Situada precisamente en la estación estival, narra las vacaciones cuasi improvisadas de cuatro chicos veinteañeros, "amigos de toda la vida", que al bordo de una furgoneta renqueante recorren buena parte de la geografía española. Pero lo que debería ser una escapada desenfrenada y divertida, termina convirtiéndose en un extraño viaje donde los protagonistas intentan aferrarse a una juventud que se les evapora, preguntándose en qué se han equivocado y sintiéndose frustrados por haber traicionado sus ideales. El alcohol y el sexo se convierten para ellos en la única medicina apta para curar una crisis de identidad de la que culpan a los demás. Idealizan el pasado y temen el futuro. Han dejado de ser niños y se encuentran en esa estación de servicio de la vida en la que uno debe decidir qué dirección tomar sin tener muy claro el punto de llegada. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez?
Quizás Cuatro amigos no me convenció del todo porque los personajes principales, en particular el protagonista Solo, no me cayeron bien. Además de inmaduros, me resultaron egoístas, vanidosos y malcriados. Demasiado valientes para quedarse callados; demasiado cobardes para enfrentarse a la vida. Estar sin rumbo no da derecho a pisar a los demás, a quitarles la venda de los ojos y obligarles a asumir la realidad que no quieren ver. La amistad no puede consistir únicamente en decir aquello que otros no se atreven; la sinceridad mal entendida puede ser un utensilio peligroso. Y creo que, precisamente, es en ese concepto idílico pero insano de la amistad donde patina Trueba; porque creo que esos cuatro chicos no son de verdad amigos; son seres que, cuando se sienten perdidos, buscan a los demás para sentirse mejor. Toman decisiones por impulsos y luego se arrepienten. Y, en ese momento, esperan que sus "amigos" olviden, omitan y comprendan. Práctico, pero poco sincero; sin compromisos, pero fácil de olvidar.
De todas formas, recomiendo la lectura de este relato generacional que, aunque pretencioso y con algunas situaciones inverosímiles, tiene un ritmo narrativo ágil y un discurso coherente, con el que muchos lectores se sentirán identificados. Y que no cunda el pánico, porque David Trueba sigue estando en el Olimpo de mis autores predilectos.
Para quien quiera recordar lo imbécil que se puede llegar a ser con veinte años (algunos no se curan nunca).

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mí el prota también me caýo fatal! ;)

JSS