lunes, 20 de septiembre de 2010

DIAMANTES ETERNOS

El 5 de octubre de 1961 se estrenaba en los cines de Estados Unidos Breakfast at Tifanny's (traducida en España como Desayuno con diamantes), una versión libre de la novela homónima de Truman Capote. A pesar de que me gusta presumir de ser un cinéfilo, he de confesar que, hasta ahora, no había visto esta película. Pero, tras leer la historia original, se me despertó la curiosidad. Y me ha pasado lo mismo que cuando vi La gata sobre el tejado de zinc caliente: me he "enamorado" de la realización, de los actores, de la banda sonora, del vestuario...
Cerca de cumplir cincuenta años, la cinta no ha perdido frescura ni encanto y sigue siendo considerada una obra maestra. No sabemos cuál habría sido el resultado si, como pretendía Capote, Marylin Monroe se hubiese metido en la piel de Holly Golihtly; tal vez le habría aportado un toque más erótico y menos ingenuo que Audrey Hepburn. Tampoco podemos imaginar a Steve McQueen, primera opción para el papel de George Peppard, intentando enamorar a la díscola aspirante a actriz. E indudablemente, sería imposible concebir la película sin su oscarizada banda sonora y la canción Moon River, que estuvo a punto de desaparecer del montaje final (algo que evitó la propia Audrey).


Ante cualquier obra literaria adaptada al cine siempre surge un interrogante: ¿es mejor la novela o la película? Normalmente, la palabra escrita supera a la versión del séptimo arte. Sin embargo, me cuesta mucho elegir entre el original Desayuno en Tiffany's, de Capote, y la versión en technicolor dirigida por Blake Edwards. Y es que, aunque comparten personajes, acciones completas y punto de partida, son dos productos totalmente diferentes. La novela sobre la amistad entre un homosexual y su vecina se transforma en la gran pantalla en una comedia romántica sofistica y edulcorada. La Holly vestida de Audrey Hepburn no da muestras de la bisexualidad de la que presumía en el papel impreso. Por lo que respecta a los finales, no podrían ser más contrapuestos; en mi opinión, el de Capote es más coherente con la esencia de la protagonista. Y hasta aquí puedo leer.
Cuentan que la película es todo lo valiente que se podía ser en el Hollywood de los años sesenta, y más con una actriz con la imagen angelical de Audrey Hepburn. Sin embargo, igual que le ocurrió a Tenesse Williams con la adaptación de su La gata sobre el tejado de zinc caliente, Truman Capote no se quedó satisfecho con el resultado. Tal vez sea una cinta simplona y convencional, pero como Pretty Woman, logra conectar con el público y nunca pasa de moda. Porque la historia de Holly Golightly no deja de ser una especie de cuento infantil con una cenicienta inconsciente y soñadora con la que es fácil identificarse, un príncipe imperfecto y un relato lineal y sencillo. Además, observamos un nuevo modelo de mujer, muy atractivo, un ejemplo a seguir; más independiente, ambiciosa y liberada a todos los niveles, en su momento, Golightly era una auténtica provocadora, una revolucionaria sin miedo al qué dirán.

Otro de los elementos que han servido para mitificar esta película es el vestuario. De hecho, en 2006 se llegó a pagar en una subasta 700.500 euros por el traje que luce Hepburn en la primera secuencia mientras desayuna frente al escaparate de Tiffany's, el precio más alto jamás alcanzado en una subasta por un prenda confeccionada para el cine. Asimismo, el diseño de Hubert Givenchy fue elegido hace unos meses como el mejor de la historia por el Daily Mail, por encima de otros como el vestido verde que se enfundó Keira Knightley en Expiación, el blanco vaporoso de Marilyn en La tentación vive arriba o el bikini de Ursula Andress en Dr. No.
Sorprende también ver a todos los personajes fumar sin ningún pudor ante la cámara. Eran otros tiempos. En la actualidad, los grandes estudios de Hollywood evitan cualquier cigarrillo en pantalla, en teoría para frenar el efecto imitación por parte de la juventud.Tonterías.

Por lo que respecta al cuadro actoral, destacan como es lógico Audrey Hepburn, cuya imagen se convirtió por este personaje en un auténtico icono que decora paredes, habitaciones y prendas de vestir, y George Peppard, el inolvidable Hannibal de El equipo A. La química entre ellos traspasa la pantalla; ella con su dulzura y él con su mirada seductora, construyen una pareja de vividores, infantiles y soñadores. Hepburn alcanzó el estatus de mito con esta dama de compañía de postín; en cambio, Peppard no pudo o no supo mantener su condición de galán y, tras algunas intervenciones en proyectos importantes, fue encadenando papeles menores. En la década de los ochenta, recuperó la popularidad perdida gracias a la citada serie de televisión. Destacable también la interpretación de Patricia Neal, recientemente fallecida, que da vida a la mujer casada que mantiene a su amante, Peppard. Y sorprende ver al aristócrata español José Luís de Vilallonga, más tieso que un palo, como amante brasileño de Holly.
Por ponerle una pega a este clásico, diría que la música que acompaña a la pareja protagonista en sus paseos por las calles de Nueva York es ñoña y poco acertada; recuerda a la de las comedias españolas de Cine de barrio. En cualquier momento esperas que aparezca en escena Paco Martínez Soria, Lina Morgan o José Sacristán.

En cualquier caso, Desayuno con diamantes es una de esas películas sencillas y agradables que uno no se cansa de ver una y otra vez. La secuencia de la fiesta en el piso de Holly, la de Audrey tocando la guitarra y entonando dulcemente Moon River y, sobre todo, el emocionante e intenso final de los enamorados bajo la lluvia forman parte de la memoria colectiva y constituyen momentos inolvidables de la historia del cine. Y, por mucho tiempo que pase, este diamante no perderá su brillo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca me canso de ver esta peli. Audrey está genial.
Me ha encantado que le hagas un huequito en tu blog.

Un abrazo, amigo ;)

Rebeca