lunes, 19 de julio de 2010

MARCAPÁGINAS: HISTORIAS DE BERLÍN

Si hay una persona que te puede recomendar un buen libro, esa es sin duda Geles Hornedo, una amiga de la que cada día se aprenden cosas nuevas. Ya me "presentó" a Dorothy Parker y ahora, gracias a ella, he conocido también a Christopher Isherwood. Geles había leído una novela de este autor, Un hombre sólo (texto en el que se basa la película homónima dirigida por Tom Ford), y me aseguró que me encantaría. Sin embargo, en mi tienda habitual sólo tenían otra obra suya: Historias de Berlín. Lo compré y, una vez terminado, puedo decir que ha sido uno de los libros más interesantes que ha caído en mis manos en mucho tiempo.
Dos son los relatos que esconde este volumen, ambos con acción en la capital alemana en los convulsos años 30 del pasado siglo. Con ciertas pinceladas autobiográficas (el autor residió en la ciudad hasta el ascenso al poder de Hitler, por quien siempre mostró su rechazo públicamente), respiramos el ambiente de desenfreno y libertinaje, de explosión artística, de convulsión política, de pobreza y, más tarde, de persecución, ajuste de cuentas y terror. Descubrimos personajes con ganas de vivir excesivamente, con ansias de riqueza, pero sin control ni capacidad para medir las consecuencias de sus actos. El misterioso señor Norris y la ingenua Sally Bowles se convierten en símbolos de una sociedad desorientada, pero con ganas de explotar, que encuentran en Berlín la inspiración y el camino hacia el goce ilimitado. Quizá como muestra de inconsciencia; o tal vez como rebeldía ante el abismo al que se dirigen.
No pretende Isherwood mostrar unos ciudadanos tristes y derrotados. Todo lo contrario: se centra en los últimos coletazos de una sociedad inconsciente y alegre, a pesar de todo. Las referencias políticas, inevitables y sutiles, son meros elementos de un decorado en constante evolución. Los protagonistas no sospechan, y tampoco les inquieta, la dirección que tomarán los acontecimientos. Y el escritor, con su narración en primera persona, contagia al lector ese optimismo pasajero e infructuoso. No, definitivamente estas historias no son una crónica más de la victoria nazi, sino un canto a una forma de vivir sin límites.
Mr. Norris cambia de tren (1935), es el primero de los dos relatos. Su protagonista es, como el propio Isherwood, un extranjero de paso en Berlín. Vividor, ambicioso, mentiroso y egoísta, pero también frágil e inseguro, Norris muestra la parte más lúdica y festiva de una ciudad llena de contrastes. Estafador de poca monta, progresivamente intenta ampliar sus negocios a la política, sin renunciar a sus trampas y a sus intereses personales; siempre jugando cerca de la frontera entre lo legal y lo ilegal, entre la lealtad y la traición, entre la victoria y la muerte, dispuesto a cambiar de tren en cualquier momento para salvar su pellejo. Aunque el retrato robot, así a grandes rasgos, asusta, el autor consigue crear a un caradura entrañable con el que es fácil encariñarse. Seguro que todos hemos conocido o conoceremos alguna vez a un Mr. Norris, un simpático sinvergüenza poco peligroso y tolerable, aunque sinvergüenza al fin y al cabo.
Un relato sobre la amistad y la lealtad en tiempos de incertidumbre. Y una pregunta: ¿Puede la gente cambiar, ir en contra de su propia naturaleza? Ideal para los que piensan que el tren sólo pasa una vez en la vida.

"Una mañana, fraülein Schroeder entró arrastrando los pies con gran premura en mi habitación para decirme que Arthur estaba al teléfono.
-Tiene que ser algo muy serio. Her Norris ni siquiera me ha dicho buenos días -dijo preocupada y algo dolida.
-Hola Arthur. ¿Qué le ocurre?
-Por el amor de Dios, mi querido muchacho, no me haga preguntas ahora.
Su tono era nerviosamente irritable y hablaba tan rápidamente que casi no se le entendía.
-Es más de lo que puedo aguantar. Lo único que quiero saber es si puede venir inmediatamen
te (...).
-¿Es tan importante como para eso?
Arthur profirió un gritito de picajosa exasperación:
-¿Si es tan importante? Mi querido William, por favor, haga el esfuerzo de ejercitar su imaginación. ¿Le estaría llamando a estas horas inhumanas si no fuera tan importante?".


Adiós a Berlín
, el segundo relato, supone la despedida literaria del propio Isherwood de la ciudad que lo embaucó en los últimos años de la República de Weimar. Aunque está dividido en seis capítulos que podrían tener entidad propia, sería ridículo separarlos porque, juntos, componen una fotografía panorámica del fin de una era. La carga emocional que se observa en algunos pasajes, claramente autobiográficos, dota al conjunto de veracidad. Y, así, el lector se contagia de la amargura alegre (o la alegre amargura), del ambiente general.
Especialmente interesante resulta ver como la inestabilidad económica y política afecta a las relaciones familiares, sociales y amorosas de seres que intentan adaptarse a una realidad que no terminan de entender. Y entre ellos camina el álter ego del propio autor, compartiendo su incertidumbre, siendo testigo de sus ansias de libertad y de su lenta agonía. Pero algo le aleja inevitablemente de esos personajes: la capacidad de escapar de un destino trágico. Él permanece voluntariamente en el barco mientras se hunde, con la tranquilidad de tener un bote salvavidas a su disposición cuando quiera utilizarlo. Algo lícito e irreprochable, dada su condición de extranjero y sus recursos económicos. El resto de hombres y mujeres que van apareciendo en las páginas lo tendrán más difícil. Cada uno se enfrenta al futuro a su manera: con entusiasmo y claro fervor unos; con terror y resignación otros.

Y entre todos esos seres singulares destaca uno: Sally Bowles, una muchacha infantil, superficial y despreocupada; una prostituta con poco recorrido, embaucadora y caprichosa, pero por encima de todo carismática y entrañable. Como Mr. Norris, Sally es la "antiheroína" que, sin embargo, despierte ternura y admiración porque consigue vivir intensamente cada situación. Pocos personajes se desnudan tan generosamente ante el lector como ella, dejando al descubierto sus más bajos instintos y, también, su fragilidad emocional. No es de extrañar, por tanto, que Sally "saliera" del libro e inspirase a la protagonista de la inolvidable película musical Cabaret. No obstante, la cinta protagonizada por Liza Minelli no sólo tomó prestado el nombre de la protagonista de Adiós a Berlín. También se impregna de su contradictoria atmósfera, mezcla de alegría desbordante y miseria pesimista.
Una novela para quien quiera intentar comprender mejor un tiempo incomprensible, del que muchas veces se nos ofrece una visión reducida y simplificada. Porque mientras "la historia" avanzaba, una ciudad agotaba los últimos cartuchos de una época irrepetible.

"La tarde en que Sally vino a tomar el té conmigo, Fraülein Schroeder estaba fuera de sí de excitación. Se había puesto su mejor vestido y se había ondulado el pelo. Sonó el timbre y abrió la puerta ceremoniosamente:
-Herr Issyvoo -anunció en tono estentóreo mientras me guiñaba un ojo-, ¡una señora desea verle! (...).
-¿Te molesta que me eche en el sofá, mi vida? -preguntó Sally en cuanto nos quedamos solos.
-Claro que no.
Sally se quitó la gorra, colocó sus zapatitos de terciopelo sobre la tapicería del sofá, abrió el bolso y empezó a empolvarse.
-Estoy rendida: anoche no pegué ojo. Tengo un nuevo amante que es una maravilla".

Isherwood recibió críticas en su momento por su estilo literario sencillo y alegre, pero sobre todo por su modo de vida (era homosexual), y su postura antimilitarista. Afortunadamente, después su figura ha obtenido el reconocimiento que merecía. Sin estridencias ni descripciones detalladas, es un talentoso contador de historias apasionantes que invitan tímidamente a la reflexión.

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