Más de cinco años lleva en cártel en la centenaria Gran Vía madrileña Espinete no existe, monólogo cómico-nostálgico interpretado, escrito y producido por el actor Eduardo Aldán. Y prácticamente desde que se estrenó he tenido ganas de verla. El pasado sábado, por fin, y sin haberlo planeado previamente, mi amiga Rebeca y yo acabamos sentados en la primera fila del patio de butacas del teatro con una piruleta en la mano cada uno (gentileza del espectáculo), con mucha curiosidad y sin saber muy bien qué nos íbamos a encontrar. Una canción del mítico programa de televisión infantil Barrio Sésamo anunciaba el inicio de la función.
Durante casi noventa minutos, Eduardo Aldán parodia situaciones típicas de la niñez y rinde un homenaje a aquellos juguetes, helados, gominolas y meriendas, grupos musicales, material escolar y espacios televisivos que marcaron y formaron parte de la infancia de los niños españoles de los años 70 y 80. Los Payasos de la tele, los cuadernillos Rubio, la muñeca Nancy y las Barriguitas, el Bollicao, los Sugus, los Juegos Reunidos y los Clicks de Playmobil son algunos de los objetos a los que hace referencia en su acelerado y divertido discurso.
Aldán, que se reivindica como un excelente showman, consigue que el público tenga un papel activo durante toda la obra. Pero la clave del éxito de Espinete no existe reside, por encima de todo, en la acertada estrategia de provocar en el espectador dos reacciones no siempre fáciles de combinar: la risa (en ocasiones la carcajada con lágrimas incorporadas), y la nostalgia. El espectador, sin darse cuenta, vuelve a ser un niño (o niña), en su butaca, con su piruleta y sus recuerdos. Y eso produce un sentimiento complementario de alegría y añoranza. Se encienden las luces de la sala y, aunque suena nuevamente la música del bueno de Espinete, ya no somos los mismos que cuando entramos; hemos abierto la "cajita" de nuestra infancia por un momento. "¡Con lo fácil que era todo!", pienso. Pero, a continuación, hay que hacer un esfuerzo por volver a cerrar la dichosa cajita, siempre dejando un pequeño espacio en el que acumular nuevas vivencias. Porque no podemos olvidar que crecer no debe significar que dejemos de aprender, de sentir y, sobre todo, que perdamos la capacidad para ilusionarnos. Ese es el mensaje. Conclusión: Espinete sí que existe.
Durante casi noventa minutos, Eduardo Aldán parodia situaciones típicas de la niñez y rinde un homenaje a aquellos juguetes, helados, gominolas y meriendas, grupos musicales, material escolar y espacios televisivos que marcaron y formaron parte de la infancia de los niños españoles de los años 70 y 80. Los Payasos de la tele, los cuadernillos Rubio, la muñeca Nancy y las Barriguitas, el Bollicao, los Sugus, los Juegos Reunidos y los Clicks de Playmobil son algunos de los objetos a los que hace referencia en su acelerado y divertido discurso.
Aldán, que se reivindica como un excelente showman, consigue que el público tenga un papel activo durante toda la obra. Pero la clave del éxito de Espinete no existe reside, por encima de todo, en la acertada estrategia de provocar en el espectador dos reacciones no siempre fáciles de combinar: la risa (en ocasiones la carcajada con lágrimas incorporadas), y la nostalgia. El espectador, sin darse cuenta, vuelve a ser un niño (o niña), en su butaca, con su piruleta y sus recuerdos. Y eso produce un sentimiento complementario de alegría y añoranza. Se encienden las luces de la sala y, aunque suena nuevamente la música del bueno de Espinete, ya no somos los mismos que cuando entramos; hemos abierto la "cajita" de nuestra infancia por un momento. "¡Con lo fácil que era todo!", pienso. Pero, a continuación, hay que hacer un esfuerzo por volver a cerrar la dichosa cajita, siempre dejando un pequeño espacio en el que acumular nuevas vivencias. Porque no podemos olvidar que crecer no debe significar que dejemos de aprender, de sentir y, sobre todo, que perdamos la capacidad para ilusionarnos. Ese es el mensaje. Conclusión: Espinete sí que existe.
2 comentarios:
Muy buena crónica. Me he sentido identificada con todo lo que has plasmado en el texto. Un besote.
Tuve oportunidad de disfrutar de este monólogo el agosto del año pasado en fiestas de Bilbao, puede que haga ya dos años de eso...
Y creo que nunca me he reído tanto. Volví a ser la misma niña de entonces con coletas y golosinas. Un auténtico placer recuperar al niño que llevamos dentro. Muy recomendable.
Publicar un comentario