martes, 29 de diciembre de 2009

MARCAPÁGINAS: 1984

En 1949 George Orwell escribió 1984, una novela crítica y arriesgada, pero sobre todo visionaria. Basándose en los regímenes totalitarios de la primera mitad del siglo XX, Orwell dibuja un estado dictatorial donde el poder controla cada movimiento de sus ciudadanos y, lo que es más importante, aspira a dominar también sus pensamientos. Y lo hace a través de una increíble maquinaria propagandística, alterando continuamente el pasado, incitando al miedo y, lo más revolucionario, vigilando incluso el rincón más recóndito con cámaras, pantallas y micrófonos. Este sistema cuasi carcelario produce, en consecuencia, unos individuos dóciles, acríticos, incapaces de establecer lazos afectivos e inofensivos de cara a los gobernantes. La omnipresente figura del Gran Hermano que todo lo ve representa la autoridad paternalista y, al mismo tiempo, severa y cruel con quienes se atreven a poner en tela de juicio sus consignas. En resumen, la sociedad está dominada por unos gestores que aspiran a perpetuarse en el poder, sin oposición, sin tener que dar explicaciones de sus actos, sin reconocer ni el más mínimo error y, por supuesto, sin dejar pistas ni testigos.
Orwell demuestra tener una imaginación adelantada a su tiempo al crear un estado que, en algunos aspectos, no difiere mucho de la sociedad en la que vivimos actualmente. Centrándonos exclusivamente en los sistemas democráticos occidentales, podríamos encontrar algunas similitudes con el descrito en 1984: millones de cámaras y sistemas informáticos controlan nuestros pasos y nuestros hábitos de consumo; el marketing político tiene más importancia que los verdaderos actos que se llevan a cabo; a través de los medios de comunicación los líderes económicos dominan nuestros pensamientos y gustos... Afortunadamente, también existen importantes diferencias. Pero lo que es evidente es que, tanto en esta apocalíptica ficción como en “nuestra” realidad, la libertad no deja de ser un ideal difícil de alcanzar, aunque siempre sea la principal bandera que enarbolan las clases dominantes. Imprescindible novela, especialmente para los que alguna vez se hayan sentido muñequitos en manos ajenas.

”Sacó de su bolsillo una moneda de veinticinco centavos. También en ella, en letras pequeñas, pero muy claras, aparecían las mismas frases y, en el reverso de la moneda, la cabeza del Gran Hermano. Los ojos de éste le seguían a uno hasta desde las monedas. Sí, en las monedas, en los sellos de correo, en pancartas, en las envolturas de los paquetes de cigarrillos, en las portadas de los libros, en todas partes. Siempre los ojos que os contemplaban y la voz que os envolvía. Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no había escape. Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo”.

1 comentario:

Verónica Rodríguez dijo...

Estamos rodeados y vigilados. ¿Dónde se encuentra la libertad?