-->
Nacho y Raquel no se dijeron ni una sola palabra durante el trayecto. Él por orgullo; ella porque no tenía ganas de discutir. En el fondo, ninguno de los dos había imaginado que su última noche juntos iba a ser así.
-“¿Te vas a quedar a dormir?”, preguntó Nacho con seriedad mientras aparcaba el coche. Temía la respuesta de Raquel, porque no estaba convencido de que fuera afirmativa.
-“Sí”, contestó ella con indiferencia.
Salieron a la calle y caminaron distantes durante unos minutos, sin hablar ni mirarse, como dos auténticos desconocidos, hasta que, ya en el interior de la casa de Nacho, Raquel intentó suavizar la situación.
-“Nacho, tenemos que hablar. Mañana me voy y no me gustaría que acabáramos de esta manera”.
-“Ese es precisamente el problema. Hablas como si esto fuera el final de nuestra relación”, dijo furioso el joven.
Raquel no supo qué contestar. Se sentía acorralada. No esperaba esas palabras de reproche de su novio. Tal vez tenía razón y ella se estaba comportando como si con su partida pusiera fin a sus cuatro años de amor. Quizás inconscientemente se había hecho a la idea de que la distancia sería insalvable para ellos. Lo más grave es que ni siquiera se lo había planteado. Su prioridad en esos momentos no era Nacho.
-“No eres capaz ni de negarlo. Joder. Creo que no me merezco que me trates así. ¿Qué pasa, que ya no me quieres?”, preguntó él con el rostro descompuesto.
-“No es eso”, acertó a decir la chica tras unos segundos de silencio.
-“Nacho, claro que te quiero”, continuó con poca convicción.
-“Pero…”, la interrumpió él.
-“No hay ningún pero. De verdad”, respondió.
Él la miró con dureza. No esperaba esa contestación y, en el fondo, tampoco se la creía. Se acercó a ella y, tras retirarle un mechón de pelo de la cara, le besó en la boca.
-“Perdoname, ¿vale?”, dijo Nacho.
-“No, perdóname tú”, le susurró ella.
De repente, Raquel empezó a sentirse culpable. A lo mejor tenía razón su madre cuando la acusaba de ser egoísta y pensar sólo en sí misma. Estaba enamorada de Nacho, de eso no tenía dudas. Pero esa ciudad se le había quedado pequeña. Necesitaba cambiar de aires, conocer una nueva cultura y vivir experiencias diferentes. Por eso había aceptado la beca de dos años en Rabat. Su novio le había apoyado en su decisión. A cambio, ella se había mostrado esquiva y distante.
Hicieron el amor fríamente y, a continuación, permanecieron abrazados en la cama durante toda la noche. Ninguno de los dos pudo dormir. Ambos intuían que aquella sería la última velada que compartirían como pareja. Y no se equivocaban.
-“Sí”, contestó ella con indiferencia.
Salieron a la calle y caminaron distantes durante unos minutos, sin hablar ni mirarse, como dos auténticos desconocidos, hasta que, ya en el interior de la casa de Nacho, Raquel intentó suavizar la situación.
-“Nacho, tenemos que hablar. Mañana me voy y no me gustaría que acabáramos de esta manera”.
-“Ese es precisamente el problema. Hablas como si esto fuera el final de nuestra relación”, dijo furioso el joven.
Raquel no supo qué contestar. Se sentía acorralada. No esperaba esas palabras de reproche de su novio. Tal vez tenía razón y ella se estaba comportando como si con su partida pusiera fin a sus cuatro años de amor. Quizás inconscientemente se había hecho a la idea de que la distancia sería insalvable para ellos. Lo más grave es que ni siquiera se lo había planteado. Su prioridad en esos momentos no era Nacho.
-“No eres capaz ni de negarlo. Joder. Creo que no me merezco que me trates así. ¿Qué pasa, que ya no me quieres?”, preguntó él con el rostro descompuesto.
-“No es eso”, acertó a decir la chica tras unos segundos de silencio.
-“Nacho, claro que te quiero”, continuó con poca convicción.
-“Pero…”, la interrumpió él.
-“No hay ningún pero. De verdad”, respondió.
Él la miró con dureza. No esperaba esa contestación y, en el fondo, tampoco se la creía. Se acercó a ella y, tras retirarle un mechón de pelo de la cara, le besó en la boca.
-“Perdoname, ¿vale?”, dijo Nacho.
-“No, perdóname tú”, le susurró ella.
De repente, Raquel empezó a sentirse culpable. A lo mejor tenía razón su madre cuando la acusaba de ser egoísta y pensar sólo en sí misma. Estaba enamorada de Nacho, de eso no tenía dudas. Pero esa ciudad se le había quedado pequeña. Necesitaba cambiar de aires, conocer una nueva cultura y vivir experiencias diferentes. Por eso había aceptado la beca de dos años en Rabat. Su novio le había apoyado en su decisión. A cambio, ella se había mostrado esquiva y distante.
Hicieron el amor fríamente y, a continuación, permanecieron abrazados en la cama durante toda la noche. Ninguno de los dos pudo dormir. Ambos intuían que aquella sería la última velada que compartirían como pareja. Y no se equivocaban.
1 comentario:
me ha gustado mucho pequeño... ¿a Rabat? Qué lejos, ¿no? ¿Qué beca era? :-P muuuuuuuuuaaaak!!
Publicar un comentario