miércoles, 17 de junio de 2009

"ME LLAMO NATALIA"

Fermín logró aparcar su vehículo después de veinte minutos dando vueltas a la manzana. La muerte de aquel chico le había impactado sobremanera y, peor aún, había hecho que volviera a plantearse si se había equivocado de profesión. Desde que tenía uso de razón había querido ser médico. Su vocación parecía apoyarse en unos pilares sólidos. El tiempo demostró que no era así. Las primeras dudas surgieron en el último curso de la carrera, justo cuando su madre sufrió una grave enfermedad a la que él no supo enfrentarse con la entereza que, según su propia opinión, se le debía exigir a un estudiante de medicina.
La muerte de su madre sumió a Fermín en una profunda tristeza. En el fondo se sentía defraudado con aquella profesión por la que había apostado y a la que tanto amaba. Finalizó sus estudios desilusionado y ahora se enfrentaba a su primer año como médico interno residente con apatía y amargura. Pero no se atrevía a renunciar a su sueño. No quería tomar ninguna decisión de la que más tarde pudiera arrepentirse. Sus amigos y familia conocían su inquietud; todos opinaban que se estaba pasando por una mala época y que no se debía engañar a sí mismo. “Has nacido para la medicina”, le repetían.
Una vez detenido el motor, Fermín se aseguró de que el coche estaba bien cerrado y, acto seguido, se dirigió hacia su casa. Sacó la llave del bolsillo y abrió la puerta de la finca con firmeza. Esperando la llegada del ascensor entro en el patio una joven con la que había coincidido en otras ocasiones. No sabía nada de ella, pero sentía hacía esa chica, probablemente un par de años menor que él, una atracción difícil de disimular. -
-“Hola. Buenas noches”, saludó Fermín.
-“Buenas noches”, respondió ella con inquietud. No esperaba encontrarse con nadie a esas horas intempestivas. Al reconocer al muchacho se tranquilizó. Lo recordaba como un hombre educado y cordial. Poco sabía de él, únicamente que vivía en el último piso y que su madre había muerto un par de años antes. Nunca lo había visto acompañado de nadie. Era un vecino discreto y, en ese instante se daba cuenta, rodeado de misterio.
Mientras descendía el ascensor, Fermín se entretuvo mirando el contenido de su buzón. En realidad no tenía el más mínimo interés por recoger los panfletos publicitarios que se apilaban en su interior, pero quería evitar el tenso silencio que se iba a producir con la atractiva chica. Unos segundos después, ambos compartían el interior de aquel habitáculo diminuto y ruidoso.
-“¿A qué piso vas?”, preguntó él.
-“Al cuarto”, respondió ella con una amplia sonrisa.
Fermín presionó el botón y dirigió la vista al suelo, obviando el amistoso gesto de su acompañante. Sentía por dentro un deseo irrefrenable de besarla, de pedirle un abrazo reconfortante. La jornada había sido dura y ahora le esperaba una casa fría y vacía. Hubiera dado todo lo que tenía por no pasar solo esa noche. Pero en ese momento debía frenar sus impulsos y comportarse como una persona civilizada.
Primer piso… Segundo… Tercero. El trayecto se acercaba a su fin. Aquella espontánea sonrisa no tenía ninguna doble intención. Sin embargo, la indiferencia mostrada por su vecino, hirió el orgullo de la joven. Probablemente el vino que había injerido durante la cena precipitó los acontecimientos .

Como estaba previsto, el ascensor se detuvo en la cuarta planta. Ante la inmovilidad de la chica, Fermín levantó la cabeza. Sus ojos se miraron con una mezcla de curiosidad, deseo e inquietud.
-“Me llamo Natalia”, anunció ella con cierta dificultad. Y acto seguido se abalanzó sobre el médico. Sus labios se juntaron con una enorme violencia, al tiempo que Fermín alzaba el brazo derecho para pulsar el botón que les llevaría al sexto piso.

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