Tras la cena, Raúl se empeñó en acompañar a Aurora hasta su casa. Ella quería evitar quedarse a solas con él. Intuía que le preguntaría por la conversación telefónica que habían mantenido por la tarde. Efectivamente, conocía bien al que había sido su pareja.
-“Antes te he notado muy rara. ¿Todo va bien?”, le preguntó con cierta cautela.
-“Sí”, contestó la chica secamente.
-“Rory, te conozco. ¿Qué ocurre?”, insistió.
-“Mira, Raúl, confía en mi. No pasa nada”.
En ese momento Aurora se sintió culpable. Tarde o temprano Raúl se enteraría de su embarazo y, entonces, se sentiría defraudado por no habérselo contado ella misma. En ese instante, se detuvo en seco. Él, un paso por delante, levantó los brazos en señal de sorpresa.
-“¿Me das un abrazo?”, exclamó la adolescente casi rogando. Inmediatamente, Raúl la cubrió con sus anchas espaldas.
-“Estoy embarazada”, reveló fríamente.
Sus mejillas se despegaron, aunque sus cuerpos continuaban entrelazados. Raúl no podía disimular su aturdimiento. Miró a Aurora fijamente, casi con piedad. En aquel momento sintió que todas sus ilusiones volaban por los aires. Su respiración se aceleró y, tras separarse unos pasos de su amiga, se arrodilló en el suelo, se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar como un niño. Aurora se agachó a su altura y le acarició el pelo con ternura. Sabía que, sin querer, le había destrozado el corazón.
-“Antes te he notado muy rara. ¿Todo va bien?”, le preguntó con cierta cautela.
-“Sí”, contestó la chica secamente.
-“Rory, te conozco. ¿Qué ocurre?”, insistió.
-“Mira, Raúl, confía en mi. No pasa nada”.
En ese momento Aurora se sintió culpable. Tarde o temprano Raúl se enteraría de su embarazo y, entonces, se sentiría defraudado por no habérselo contado ella misma. En ese instante, se detuvo en seco. Él, un paso por delante, levantó los brazos en señal de sorpresa.
-“¿Me das un abrazo?”, exclamó la adolescente casi rogando. Inmediatamente, Raúl la cubrió con sus anchas espaldas.
-“Estoy embarazada”, reveló fríamente.
Sus mejillas se despegaron, aunque sus cuerpos continuaban entrelazados. Raúl no podía disimular su aturdimiento. Miró a Aurora fijamente, casi con piedad. En aquel momento sintió que todas sus ilusiones volaban por los aires. Su respiración se aceleró y, tras separarse unos pasos de su amiga, se arrodilló en el suelo, se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar como un niño. Aurora se agachó a su altura y le acarició el pelo con ternura. Sabía que, sin querer, le había destrozado el corazón.
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