La llama de la antorcha olímpica volverá a representar esta noche el espíritu competitivo sano, la valoración del esfuerzo y la cordialidad entre todos los pueblos de la Tierra. Efectivamente, hoy se inauguran los Juegos Olímpicos de Pekín (XXIX edición).
He de reconocer que, desde Barcelona 92, siento una especie de fascinación ante esta cita deportiva, la más importante del planeta, donde se premia el talento y la constacia. Banderas de países enfrentados pueden llegar a compartir espacio en estadios y pabellones. Lágrimas de alegría, de impotencia o rabia recorren rostros desencajados de atletas dispuestos a darlo todo por escribir su nombre en las páginas de la historia, empeñados en demostrostrar que el cuerpo del ser humano no conoce límite. El más mínimo fallo puede pasar factura y no hay marcha atrás. Bronce, plata y oro. El fracaso o la gloria. El trabajo de cuatro años a examen en unos pocos minutos. Espectadores preparados para grabar en sus retinas nuevas imágenes de superación, a retener caras de héroes inmortales.
No obstante, en esta ocasión el espíritu olímpico queda ensombrecido por la elección de la Pekín como anfitriona y organizadora de los Juegos. Numerosas protestas han acompañado a la antorcha olímpica durante su largo recorrido por todo el globo, llegando a ser apagada en París. Las sistemáticas violaciones del gobierno chino a los derechos humanos (persecución de activistas, detención sin juicio, censura y pena de muerte), su violenta represión de la rebelión en el Tíbet y su apoyo tácito a los regímenes de Birmania y Sudán han sido la causa de tal oposición. Y, por si esto fuera poco, también existe el problema de la insufrible contaminación de la capital china, que podría perjudicar la salud y el rendimiento de los deportistas.
Ante tanto inconveniente, no podemos más que preguntarnos por qué el Comité Olímpico Internacional apostó por China para esta cita de hermanación deportiva, de libertad y respeto de los principios fundamentales. Ser una de las grandes potencias económicas y militares del mundo es la explicación más racional. ¿Existen otras? Sin duda. De momento, el mayor perjudicado es el propio deporte. La luz de la llama olímpica no brillará tanto en esta ocasión...
He de reconocer que, desde Barcelona 92, siento una especie de fascinación ante esta cita deportiva, la más importante del planeta, donde se premia el talento y la constacia. Banderas de países enfrentados pueden llegar a compartir espacio en estadios y pabellones. Lágrimas de alegría, de impotencia o rabia recorren rostros desencajados de atletas dispuestos a darlo todo por escribir su nombre en las páginas de la historia, empeñados en demostrostrar que el cuerpo del ser humano no conoce límite. El más mínimo fallo puede pasar factura y no hay marcha atrás. Bronce, plata y oro. El fracaso o la gloria. El trabajo de cuatro años a examen en unos pocos minutos. Espectadores preparados para grabar en sus retinas nuevas imágenes de superación, a retener caras de héroes inmortales.
No obstante, en esta ocasión el espíritu olímpico queda ensombrecido por la elección de la Pekín como anfitriona y organizadora de los Juegos. Numerosas protestas han acompañado a la antorcha olímpica durante su largo recorrido por todo el globo, llegando a ser apagada en París. Las sistemáticas violaciones del gobierno chino a los derechos humanos (persecución de activistas, detención sin juicio, censura y pena de muerte), su violenta represión de la rebelión en el Tíbet y su apoyo tácito a los regímenes de Birmania y Sudán han sido la causa de tal oposición. Y, por si esto fuera poco, también existe el problema de la insufrible contaminación de la capital china, que podría perjudicar la salud y el rendimiento de los deportistas.
Ante tanto inconveniente, no podemos más que preguntarnos por qué el Comité Olímpico Internacional apostó por China para esta cita de hermanación deportiva, de libertad y respeto de los principios fundamentales. Ser una de las grandes potencias económicas y militares del mundo es la explicación más racional. ¿Existen otras? Sin duda. De momento, el mayor perjudicado es el propio deporte. La luz de la llama olímpica no brillará tanto en esta ocasión...
2 comentarios:
Yo también me pregunto por qué se celebran allí. No me gustaría nada estar en este acontecimiento en calidad de periodista, la verdad. Espero que todo lo que está pasando invite, por lo menos, a la reflexión.
Besos
He de decir que no estoy de acuerdo con esta reflexion. Es cierto que China deja mucho que desear en muchos aspectos, pero sin duda alguna la celebración de los JJOO en este país va a contribuir a la apertura en muchos aspectos, de hecho ya lo está haciendo. El COI y todos los países saben de las "zonas oscuras" de China pero también saben que el otorgarle los JJOO le va a obligar al cambiar, siempre hay un segundo plan o segundas intenciones en este tipo de decisiones, en este caso con buena fe. Para mi una decisión acertada que está obligando a China a cambiar.
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