El teléfono de Aurora volvió a sonar. Hasta ese momento no había tenido fuerzas para descolgarlo. Él la había llamado con insistencia; debía estar preocupado. No habían hablado en todo el día. Ella sabía que no podía seguir evitándolo. Tenía que contestarle y exponerle el problema. Probablemente lo perdería para siempre, pero no había otra salida. Apretó la tecla de descolgar. El corazón le latía a gran velocidad.
-“¿Sí?”, dijo con un tono suave.
-“¿Aurora?”, respondió una voz masculina.
No era quien ella esperaba. Por un momento Aurora notó como le faltaba el aire.
-“¿Hola?”, exclamó al instante.
-“Hola. Soy Raúl. Quería saber si te encuentras mejor”.
Aurora recordó que, la tarde anterior, había sufrido un desvanecimiento mientras se encontraba con su amigo. En ese momento, ella no podía imaginar el motivo de su indisposición. ¿Qué debía hacer? ¿Contar la verdad o disimular? Finalmente optó por esta última opción.
-“Mejor. Sólo se trató de una bajada de tensión. Gracias por preocuparte”.
-"Ah, me alegro. Entonces, ¿irás está noche a la despedida de Raquel?".
La despedida de Raquel. Lo había olvidado por completo. Aurora perdió el control de la situación. Se quedó en blanco; no sabía qué decir. Y cuando por fin logró hablar, sus palabras resultaron ininteligibles. Su interlocutor notó que algo no iba bien.
-“Aurora, ¿te pasa algo? Te noto muy rara”.
-“No”, contestó fríamente la chica.
El tono de aquella respuesta era tajante: se mostraba incómoda y no estaba dispuesta a profundizar en el tema. Al darse cuenta, ella intentó justificar su actitud.
-“Me duele un poco la cabeza. Eso es todo”.
-“¿Y esta noche piensas venir o no?”, insistió su amigo.
-“No lo sé. Supongo que sí”, respondió. No tenía ganas de dar más explicaciones.
-“Yo he estado dudando todo el día, pero al final también iré”.
-“Entonces nos vemos allí”.
Era evidente que la joven quería concluir la conversación. El chico se percató, de modo que se despidieron emplazándose a la cita nocturna. En cuanto colgó el teléfono, los ojos de Aurora volvieron a llenarse de lágrimas. No podía faltar a la despedida de Raquel. Su amiga nunca se lo perdonaría.
-“¿Sí?”, dijo con un tono suave.
-“¿Aurora?”, respondió una voz masculina.
No era quien ella esperaba. Por un momento Aurora notó como le faltaba el aire.
-“¿Hola?”, exclamó al instante.
-“Hola. Soy Raúl. Quería saber si te encuentras mejor”.
Aurora recordó que, la tarde anterior, había sufrido un desvanecimiento mientras se encontraba con su amigo. En ese momento, ella no podía imaginar el motivo de su indisposición. ¿Qué debía hacer? ¿Contar la verdad o disimular? Finalmente optó por esta última opción.
-“Mejor. Sólo se trató de una bajada de tensión. Gracias por preocuparte”.
-"Ah, me alegro. Entonces, ¿irás está noche a la despedida de Raquel?".
La despedida de Raquel. Lo había olvidado por completo. Aurora perdió el control de la situación. Se quedó en blanco; no sabía qué decir. Y cuando por fin logró hablar, sus palabras resultaron ininteligibles. Su interlocutor notó que algo no iba bien.
-“Aurora, ¿te pasa algo? Te noto muy rara”.
-“No”, contestó fríamente la chica.
El tono de aquella respuesta era tajante: se mostraba incómoda y no estaba dispuesta a profundizar en el tema. Al darse cuenta, ella intentó justificar su actitud.
-“Me duele un poco la cabeza. Eso es todo”.
-“¿Y esta noche piensas venir o no?”, insistió su amigo.
-“No lo sé. Supongo que sí”, respondió. No tenía ganas de dar más explicaciones.
-“Yo he estado dudando todo el día, pero al final también iré”.
-“Entonces nos vemos allí”.
Era evidente que la joven quería concluir la conversación. El chico se percató, de modo que se despidieron emplazándose a la cita nocturna. En cuanto colgó el teléfono, los ojos de Aurora volvieron a llenarse de lágrimas. No podía faltar a la despedida de Raquel. Su amiga nunca se lo perdonaría.
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