¿Os habéis fijado en que hay una serie de objetos que, cuando más los necesitas, nunca aparecen? Yo creo que alguien los esconde para que suframos y ver cómo hacemos el ridículo encomendándonos a San Cucufato.
Uno de las cosas más escurridizas es, sin duda, el pegamento. Cada vez que los niños tienen que hacer un trabajo de manualidades para el colegio te ves obligado a comprar una barra diferente, porque no recuerdas dónde pusiste la anterior. Hasta que un día de limpieza general te encuentras un montón de tubitos casi sin estrenar en un cajón.
Con los bolígrafos pasa lo mismo. Imaginemos: Estás hablando con un amigo por teléfono y te pide que anotes una dirección. Observas que no hay ningún boli cerca y le dices a tu amigo que espere un momento. Por fin encuentras uno pero (¡oh, casualidades de la vida!), no tiene tinta. Recorres cada rincón de la casa buscando algo con lo que escribir y, al final, acabas apuntando el mensaje con el lápiz de ojos de tu madre. Con esto sólo consigues dos cosas: la bronca de tu madre y aumentar la factura telefónica.
¿Y qué me decís de las llaves? ¿Quién no ha tenido que quedarse esperando en la puerta de casa a que llegaran sus padres porque no encontraba las llaves? ¿O quién no se ha visto obligado a coger un autobús al no localizar las llaves del coche?
Otro ejemplo es el mando de la televisión. Estás la mar de relajado, tumbado en el sofá viendo tu serie favorita y, de repente, se termina y empieza el programa de José Luís Moreno. Miras a un lado y a otro del sofá, y ni rastro; en la mesa tampoco. Empiezas a ponerte nervioso. Buscas el mando como un descosido: por debajo de los cojines, en el suelo, en la cocina e, incluso, en el baño (nunca hay que descartar ningún sitio). ¡Y nada! Mientras, en la pantalla José Luís Moreno y sus muñecos. ¡Horror y pavor! Al final decides apagar la televisión y poner la radio. A la media hora te das cuenta de que te estás clavando algo duro en el culo. Y no es lo que estáis pensando... Lo peor es cuando pierdes un objeto que no es tuyo y que has de devolver. Una amiga te reclama una novela que te prestó hace meses, pero el maldito libro no aparece por ningún lado. Pones patas arriba tu cuarto, sin éxito. Ya estás pensando de dónde vas a sacar el dinero para comprarle un ejemplar similar a la chica en cuestión, cuando entra tu madre tranquilamente en la habitación, deja el libro encima de tu cama y dice: “Muy interesante. Me ha gustado mucho esta historia”. Y se te queda una cara de tonto que no es normal.
Y con las chuletas pasa lo mismo. Me refiero a las chuletas de los exámenes. Antes de entrar a la prueba te las distribuyes por todo el cuerpo: el tema 1 en el bolsillo derecho; el 2 en la nalga izquierda; y así cada una de ellas. En pleno examen no encuentras la que necesitas, que debería estar en la manga derecha de la camiseta interior, debajo del jersey de lana. La buscas desesperadamente, hasta en los calcetines, y al final te ves obligado a inventarte la pregunta como puedes. El caso es que, una semana después, el director te llama a su despacho y te dice que has suspendido porque han encontrado una chuleta entre los folios de tu examen. ¿Se puede tener más mala suerte?
Pero lo peor que se te puede perder es eso, bueno ya me entendéis: los preservativos. Y en el momento más inoportuno. Por fin has conseguido quedarte a solas con tu ligue y cuando estáis a punto de... -¡Mierda! ¿Dónde he dejado los condones? -¡Ah! Pues yo sin condones no, ¡qué los sepas! Y tú te quedas a dos velas. Y te acuerdas del preservativo, del inventor del preservativo y de la familia del inventor del preservativo.
Las cosas modernas también se pierden por la casa. Un ejemplo son los móviles. Pero eso tiene una fácil solución: llamas desde el teléfono fijo al móvil y te pones a buscarlo por donde suene. Eso si no lo tienes apagado. En ese caso, siempre nos quedará San Cucufato.
Uno de las cosas más escurridizas es, sin duda, el pegamento. Cada vez que los niños tienen que hacer un trabajo de manualidades para el colegio te ves obligado a comprar una barra diferente, porque no recuerdas dónde pusiste la anterior. Hasta que un día de limpieza general te encuentras un montón de tubitos casi sin estrenar en un cajón.
Con los bolígrafos pasa lo mismo. Imaginemos: Estás hablando con un amigo por teléfono y te pide que anotes una dirección. Observas que no hay ningún boli cerca y le dices a tu amigo que espere un momento. Por fin encuentras uno pero (¡oh, casualidades de la vida!), no tiene tinta. Recorres cada rincón de la casa buscando algo con lo que escribir y, al final, acabas apuntando el mensaje con el lápiz de ojos de tu madre. Con esto sólo consigues dos cosas: la bronca de tu madre y aumentar la factura telefónica.
¿Y qué me decís de las llaves? ¿Quién no ha tenido que quedarse esperando en la puerta de casa a que llegaran sus padres porque no encontraba las llaves? ¿O quién no se ha visto obligado a coger un autobús al no localizar las llaves del coche?
Otro ejemplo es el mando de la televisión. Estás la mar de relajado, tumbado en el sofá viendo tu serie favorita y, de repente, se termina y empieza el programa de José Luís Moreno. Miras a un lado y a otro del sofá, y ni rastro; en la mesa tampoco. Empiezas a ponerte nervioso. Buscas el mando como un descosido: por debajo de los cojines, en el suelo, en la cocina e, incluso, en el baño (nunca hay que descartar ningún sitio). ¡Y nada! Mientras, en la pantalla José Luís Moreno y sus muñecos. ¡Horror y pavor! Al final decides apagar la televisión y poner la radio. A la media hora te das cuenta de que te estás clavando algo duro en el culo. Y no es lo que estáis pensando... Lo peor es cuando pierdes un objeto que no es tuyo y que has de devolver. Una amiga te reclama una novela que te prestó hace meses, pero el maldito libro no aparece por ningún lado. Pones patas arriba tu cuarto, sin éxito. Ya estás pensando de dónde vas a sacar el dinero para comprarle un ejemplar similar a la chica en cuestión, cuando entra tu madre tranquilamente en la habitación, deja el libro encima de tu cama y dice: “Muy interesante. Me ha gustado mucho esta historia”. Y se te queda una cara de tonto que no es normal.
Y con las chuletas pasa lo mismo. Me refiero a las chuletas de los exámenes. Antes de entrar a la prueba te las distribuyes por todo el cuerpo: el tema 1 en el bolsillo derecho; el 2 en la nalga izquierda; y así cada una de ellas. En pleno examen no encuentras la que necesitas, que debería estar en la manga derecha de la camiseta interior, debajo del jersey de lana. La buscas desesperadamente, hasta en los calcetines, y al final te ves obligado a inventarte la pregunta como puedes. El caso es que, una semana después, el director te llama a su despacho y te dice que has suspendido porque han encontrado una chuleta entre los folios de tu examen. ¿Se puede tener más mala suerte?
Pero lo peor que se te puede perder es eso, bueno ya me entendéis: los preservativos. Y en el momento más inoportuno. Por fin has conseguido quedarte a solas con tu ligue y cuando estáis a punto de... -¡Mierda! ¿Dónde he dejado los condones? -¡Ah! Pues yo sin condones no, ¡qué los sepas! Y tú te quedas a dos velas. Y te acuerdas del preservativo, del inventor del preservativo y de la familia del inventor del preservativo.
Las cosas modernas también se pierden por la casa. Un ejemplo son los móviles. Pero eso tiene una fácil solución: llamas desde el teléfono fijo al móvil y te pones a buscarlo por donde suene. Eso si no lo tienes apagado. En ese caso, siempre nos quedará San Cucufato.
4 comentarios:
Hola guapo, "ausaes" que tienes razón con los dichosos "objetos perdidos". A mí, nin ir más lejos, ayer me ocurrió la última con las llaves de mi casa. LLegué al patio, rebusqué las llaves en el bolso, las introduje en el paño, me llamaron por teléfono, hablé y colgué. Sin recordar que ya las tenía en el paño y sin mirar, me puse a buscaralas de nuevo en el bolso. Creí que me las había dejado en el coche, fuí al coche, no la encontré y cuando volvía con mala ostia hacia mi casa pensando en el "bochorno" de llamar a mis vecinas (que tienen copia porque me conocen) de repente ví que algo emitía reflejos en el paño de la puerta.Eran mis llaves.
Enhorabuena por el blog, tiene relatos muy chulos. Me han entrado ganas de leer a Truba y, como tú, reivindico la ñ de ensoñación, coñazo (variante de coño) barbilampiño (me gusta esa palabra!)
Un fuerte abrazo.
Llops
Simplemente genial, eres mi ídolo!! Sabes que conocía a San Cucufato en San Juan? No sé cómo salió el tema que Clara y una amiga me estuvieron explicando la existencia de este ser divino. En mi vida lo había escuchado!! Será que siempre sé dónde dejo las cosas??? Nooo, mentira, te cuento un secreto: nunca sé dónde dejo las gafas. Jamás. Nunca las encuentro después de quitármelas porque, aunque son vitales para poder manejarme por el mundo, las dejo en los lugares más insospechados... Y encima miope perdida, todo un show!! Me regalaron una nariz para dejar las gafas a la hora de dormir, pero se me ha roto y me ha dado mucha rabia, así que seguiré sin encontrar las gafas y dándome trastazos por toda la casa.
Un besazo, eres mi ídolo!!
Mi tía Blasi me enseñó una fórmula mágica para encontrar los objetos perdidos. Hay que recitar esta frase mientras haces un nudo en un pañuelo:
"San Cucufato, San Cucufato,
los cojones te ato
hasta que no aparezca,
no te los desato".
Un abrazo
Hola!!!
Muchas gracias a todas por leer mi blog y por vuestros comentarios. Me he reído mucho. Besos grandes
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